Los cuentos del destino 8

A veces juego a que soy Juan. Me lo imagino y lo dibujo mentalmente. Luego voy observándolo a lo largo de cuento y compruebo cómo va cambiando su aspecto. Seguramente nosotros habríamos cambiado tanto como él. ¿Pero cuánto exactamente? La respuesta está reservada para nosotros mismos y cada uno la puede contestar a su manera. Pero si pudiéramos hablar con Juan, ¿qué nos diría? Es muy posible que fuera  feliz al inicio del relato, o tal vez sólo al final. Otras veces reacciono de manera completamente diversa y decido que quiero cambiarle el final incluso la manera en la cual Juan llega hasta su nueva vida. Si fuera el Loco podría hacerlo. ¿Pero en qué forma? ¿Un loco actuaría de otra manera? Cada loco con su tema... A veces por supuesto que me gustaría hacerme la loca. Incluso, se me ocurre,  es posible que lo hagamos en más de una ocasión para salvarnos de otros peligros que consideramos mayores. ¿O nunca te has hecho el loco?  ¿Qué pasaría si lo hicieras? A lo mejor te convertirías en un hidalgo o una dama misteriosos. ¿No se te había ocurrido que El Loco puede actuar bajo muchas y muy variadas apariencias? Quizás no hayas conocido a ninguno... (aunque lo dudo) La ventaja de ser el Loco es que se pueden hacer todos los papeles, ¿tú cuál elegirías de los del cuento? ¿Con cuál personaje te gustaría hacerte el loco? ¿De qué te escaparías o qué buscarías? Puede resultar divertido imaginarse haciendo locuras, auténticas locuras en el trabajo o en casa o quien nos apetezca. Esa libertad, la de imaginar locuras, nadie nos la puede quitar, ¿verdad?

El caos ya tiene su sentido. No fuera que sucediera como con la tía Matilde. Hizo un conjuro amoroso porque decía estar enamorada de un hombre y para que surgiera una relación. Surtió efecto. Pero él se volvió insistente, inquisitivo e  insoportable. No la dejaba ni a sol ni a sombra. Ella ya no tuvo tiempo para encontrar un conjuro secreto que invirtiera el anterior porque él estaba siempre, constantemente con ella. Literalmente, pegado a ella. Allí donde fuera tía Matilde, allí se encontraba con aquel hombre. No le sirvió de nada controlar los acontecimientos que le resultaban caóticos, todo lo contrario.

Esto complicó enormemente su vida, no solamente porque no tuviera intimidad, sino porque él podía enterarse de los secretos de la familia y sobretodo acceder a determinados conocimientos sin ser un iniciado.  Los conjuros no pueden realizarse en presencia de novatos. Esto no fue lo peor. Se descubrió que aquel hombre había repetido lo que había entendido de los conjuros que presenciara con tía Matilde. Otro caos nada natural se apoderó de los rincones más secretos de su casa. Las llaves no abrían las puertas, la nevera no enfriaba sino que calentaba. Poco a poco se vieron recluidos dentro de una única habitación, como si la casa hubiera sido invadida por los seres más extraordinarios que no les dejaban espacio. Se decía que en su casa los libros y los cuentos se habían vuelto locos. Las princesas ya no encontraban a los príncipes. El carruaje de calabaza llevaba al gato con botas a una casita de dulces... ¡Un desastre! Sus pasteles no crecían sino que menguaban. Las pizzas se hinchaban y el queso no se fundía. Eso era lo que se decía en la familia. Todo por intervenir en el orden caótico del Universo. Vivió muchos años en el nuevo caos impuesto y provocado por ella misma, bueno, y por él también. Además se quedó sin conocer al gran amor de su vida porque se había equivocado de hombre en sus predicciones.

Cuando era adolescente me enfadaba enormemente si uno de mis trucos no daba el resultado deseado, sobretodo cuando necesitaba aprobar mates o física. Ya había sido sumamente insistente y al final me habían dejado practicar algún que otro truquillo. Los mejores eran los que me permitían ahorrarme las entradas de las discotecas (la mía y la de mis amigas),  obtener tal o cual libro para mis estudios, quizás algún disco, vaya, pequeñas cosas sin importancia, incluso como evitarme mover los muebles de mi habitación cuando quería redecorarla. Todo aquello me parecía incluso divertido. Pero no me funcionaban los trucos para los exámenes de las materias que no me gustaban.

La abuela sonreía en estos casos y no decía nada más que aquella, por entonces, odiada frase: “Algún día lo entenderás”. Yo no quería entenderlo algún día, lo necesitaba ahora y ya mismo. Si me enfadaba aún más, la abuela entonces sí me gritaba y me ordenaba respetar la vida y sostener la frustración. “¡Un truco es la petición más humilde, no un deseo testarudo!”. Después de esta frase solía cerrarse la habitación. Yo la hacía caso porque era la abuela y porque  muy a mi pesar sabía que en el fondo tenía razón. Lo sabía aunque no me gustaba reconocerlo. El caos es más certero que el orden. No se puede contemplar esta cuestión desde el punto de vista humano, hace falta salir del planeta y del mundo que nos rodea. Vaya, darse una vuelta... ¿en escoba?

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