Los cuentos del destino 15

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Me gustaba dibujar al Mago con sus malabares y todos los instrumentos que yo consideraba necesarios. Siempre estaba el pajarillo presente y asimismo un lápiz. Yo me imaginaba que un mago sin lápiz no podía existir, porque los magos debían dibujar y escribir como les diera la gana. A  los tres años ya podía (desde mi humilde y pequeño punto de vista) dibujar, no tan bien como me gustaría, pero sí que lo hacía.

En cambio, a lo cuatro o cinco años, lo de leer y escribir era muy difícil. ¡Tantas letras! No siempre tenían el mismo sonido y se me olvidaban muchos. El Mago seguramente era el único que podía hacerlo. Cuando lo comenté un día a la hora de la siesta en casa, mis tías y mis abuelas parecían muy felices. Aquello me extrañó, pero también me gustaba que una idea mía fuera tan aplaudida y creara tanta expectación. Recuerdo que mi madre me tomó entre sus brazos y tuvieron que pasar muchos años para que yo entendiera sus palabras, el íntimo significado de aquellas palabras, que eran dulces y amenazadoras:

-          La profecía...

-    ¿Es un cuento? – pregunté yo

-          Es eso y mucho más- contestó mi madre con un beso tranquilizador mientras sonreía cómplice.

Recuerdo esta escena perfectamente y así se ha guardado en mi memoria a lo largo de los años. Más adelante me parecería algo irreductible. Algo que jamás podría transformar, algo que me haría sentirme una suerte de prisionera. Había  en casa un extraño silencio al respecto. La profecía. Se explicaban cuentos, historias de toda índole, las charlas se alargaban mientras los niños nos quedábamos dormidos en los brazos de tías y madres. Todos hablaban hasta por los codos. No sé si en otros hogares se hablaría y conversaría tanto como en la mía, pero allí quien más quien menos era un excelente parlanchín. Sin embargo, en nuestra familia nadie ha seguido la carrera política. No es de extrañar que haya más de un cuentista.

Una bruja es esencialmente curiosa, necesita aprender, saber, buscar, encontrar. Todo lo hace para escuchar, no hay nada más en el universo entero que nos haga más felices: escuchar. Hasta el día que escuchamos la melodía del Universo, aquella que entonan los planetas y las estrellas en su girar por el espacio. En realidad todo nuestro entrenamiento no es más que para escuchar y obrar en consecuencia. Escuchamos a nuestros antepasados, las señales de la vida, escuchamos a muchas personas que nos preguntan una cosa cuando en realidad es otra (porque no saben escucharse), escuchamos lo que nos dicen los mares, los ríos, los árboles, los animales, toda la naturaleza, escuchamos e intentamos escuchar más. Luego igualmente importante y esencial para nuestra supervivencia es callar, porque no suelen creernos. Callar porque pueden tildarnos de locas o callar porque no ha llegado el momento de hablar. La profecía también se guardaba en secreto silencio. Tenía realmente muchas dificultades para aceptar que algo no podía ser desvelado. Entre nosotras sucede lo contrario, en nuestras familias se habla, insisto, hasta por los codos y sin embargo hay misterios ante los que nos rendimos y esperamos que llegue el tiempo en el que como una flor que se abre, brota. Fue entonces cuando la abuela María me contó el siguiente relato.


2 comentarios:

Darson Joyce dijo...

Me gustó mucho tu blog y tus textos!!!
Espero seguir leyendolos.
Espero tu visita en mi mundo de palabras perdidas.
Matias.

Jimena Fdez dijo...

Anda! ¡Qué ilusión :-) Muchas gracias. Las palabras perdidas son lo mío, hasta yo me pierdo con ellas jajajaja

un fuerte abrazo!