Los cuentos del destino 4

EL TAROT
La capa

Hace muchos, muchos años había un pueblo remoto y lejano, muy remoto y muy lejano. Apenas se le encuentra en los antiguos mapas de pergamino manchados por el tiempo. A través de las crónicas se ha llegado a saber que dicho pueblo era conocido por sus buenas costumbres, civilizadas leyes y moral. Parece ser que incluso sus calles obedecían a las más austeras leyes de la sobriedad, la humildad y la rectitud. Sin embargo no dejaba de ser un pueblo normal. 

Allí mismo apareció, de repente, una mujer desnuda. Al verla, las madres corrieron a buscar a sus hijos para encerrarse en sus casas. Durante algunos minutos no se escuchaba más que zapatos asustados, voces acalladas y reprimendas incomprensibles. Las ventanas y las puertas se blindaron. Nadie salía, apenas algunos curiosos espiaban por las rendijas. Los hombres organizaron patrullas para ir cazarla. Durante días y noches reinó el silencio apenas roto por los pasos ligeros y los murmullos apagados se colaban por las celosías. Todos afirmaron que se trataba de una bruja que traía consigo las primeras desgracias y estaban muy seguros de ello.

La mujer se escondía donde podía y tímidamente por las noches salía a buscarse algo de comer intentando no ser descubierta. Se deslizaba como una sombra en busca de la oscuridad. Sabía que corría peligro.Con todo, cada día que pasaba, entre su temible aspecto y los rumores que empezaron a correr, la gente le tenía más y más miedo.

Un día, también inesperadamente, como no podía ser de otra manera, llegó a aquel remoto y lejano pueblo otra mujer de aspecto muy diferente. Era tan hermosa como un hada y llevaba un vestido jamás visto, de un fulgor especial. Instantáneamente se abrieron puertas y ventanas para verla. Los más curiosos intentaban acariciar sus cabellos, mirarla tímidamente y rozar aquel magnífico vestido que refulgía como las estrellas. Todos afirmaron que se trataba de un hada que traía consigo las nuevos presagios de bienaventuranza merecida y estaban muy seguros de ello. La dama se paseaba por el pueblo con entera libertad de noche y de día.

Una noche de luna llena la hermosa dama fue a buscar agua del rocío (es sabido por todos que las hadas se bañan en dichas delicadas aguas). Notó que algo se movía entre los arbustos.

-¿Quién es?, preguntó sin temor.
Era la mujer desnuda que apenas respiraba por miedo a ser notada.
La dama se acercó delicadamente.
-No tengas miedo, no voy a hacerte daño.
-¿Quién... quién eres?
-Soy la dama del Tarot, ¿y tú?
-Soy la Verdad, contestó la mujer desnuda.
Entonces la dama la vio y comprobó su triste estado, lo cual la entristeció también.
-¿Y no tienes frío?
-Sí, frío y hambre, dijo la Verdad
-¿Quieres mi capa? Ten, tenla. Y se la ofreció sin darle tiempo a decir nada- Mientras se la ponía, la Verdad sonrió agradecida.

Mil cosas ocurrieron desde entonces y mil cosas más. Es lo único que sabemos a ciencia cierta porque las crónicas se interrumpen en ese punto.

 Nos queda el testigo de la última frase:
“Y fue así como desde entonces los humanos se acercaron a la verdad, ya no desnuda, sino vestida con la capa del Tarot.”

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