Relóticos: cuentos pequeños para gente grande IX

De parte de un San Valentín experimental...


Diosa

Éramos un grupo de amigos que finalmente teníamos trabajo y podíamos permitirnos elegir nuestro destino: fuimos a Egipto.

El calor y el perfume a especias, alabastro y sándalo provocaron que me volviera involuntariosa. Disfrutaba dejándome llevar por la pereza y una cierta indolencia. Supongo que él se dio cuenta. Fue en el museo.

El grupo estaba en otras, nosotros nos habíamos quedado frente a la diosa sonriente de granito negro, uno a cada lado. Me hablaba de sus formas, pero me miraba a mí. Sus manos anchas asían su cabeza y continuaban por su regio cuello, regodeándose en cada línea, en cada poro. Cuando la tomó por los hombros un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. Bajé la vista. 

Unos segundos antes había notado cómo sus ojos me escrutaban incluso más allá de mi deseo. Permanecimos en silencio hasta que volví a levantar los ojos hacia sus manos que jugaban entre los labios de la diosa oscura. Me humedecí la boca y le miré fijamente mientras él recorría los pechos de ella y se detenían ardientes sobre su ombligo negro y profundo de secretos milenarios.  La acarició y la rodeó. Cada una de sus manos eran lenguas que se apoderaban de aquel vientre de granito. No había nadie en aquélla sala olvidada. No se escuchaba nada. Sólo se presentían mis jadeos quedos y sus susurros. Me miraba a mí, era a mí.

 Apoyé mis manos heladas sobre mi vientre. Le fui acompañando en su búsqueda mientras él apoyaba las palmas sobre el sexo de la diosa. Se detuvo allí. Yo también, que le imitaba hipnotizada. Señaló con su mirada mi sexo, yo separé los labios y las piernas. Pero comencé a sentir celos de aquélla diosa desnuda entre sus  manos. Peor no tuve mucho tiempo para seguir pensando porque ya él empezaba a dibujar formas inquietantes sobre su vulva. Me convertí en una autómata que repetía cada uno de sus movimientos.

Se desnudó y comenzó a delinearla con su miembro erecto. Me miraba a mí, era a mí. No pude oponerme. Incluso sentía un oscuro placer en dejarme llevar hacia la diosa. Se inclinó y tomó sus pies sigiloso. Besó los pequeños dedos mientras deslizaba una mano hasta el talón para volver a subirla hacia la pantorrilla. Luego lo repitió todo con su lengua perdiéndose en el empeine. La mano siguió surcándola y su lengua y su luego su miembro. El tocó con afán su vulva, yo sentí que ardía. Entonces le supliqué que me penetrara. Pero quien gritó fue ella.

 

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