Leones en la cocina 1



1
-¿Y cómo habrán llegado hasta aquí?
Efectivamente, eso fue lo primero que se preguntó el subcomisario Landero cuando llegó al lugar de los sucesos. El paisaje no podía ser más desolador, el día no podía ser más desolador y para colmo, él se sentía solo y abandonado, desolado. «Desolador», no cansaba de repetírselo. No, no en sentido figurativo.
Uno, dos y tres. «No, no me da para llegar hasta diez». Hay días en los que Dios se debe de despertar furioso. «O le da por dormir más y el Diablo se aprovecha»
Landero no había visto algo así en su vida, ni él ni ninguna de las personas que estaban presenciando aquel espantoso espectáculo. « Hasta la vida que viene no me toca otro así, ¿eh?, a ver si Tú te lo apuntas».
Ser subinspector de policía en un pequeño pueblo de un municipio reducido conllevaba una cierta tranquilidad «hasta que se rompe» de crímenes de escala
reducida. A veces puede haber alguno un poco más estridente «como el de la mafia rusa, el de hace cuatro años, ¿cuatro?, sí, bueno, cuatro y medio» que resalta no tanto por sus características sino por el contraste con la monotonía acostumbrada.
Uno, dos, tres. «Respira y cuenta Antonio Landero, respira y cuenta» Uno, para empezar aquello se llevaba la palma «y el Oscar y lo que sea, macho» Dos…« no dejes de respirar macho, aplícate, aplícate» tres… «Vaya día».
«Bueno, Landero, deja de divagar» se dijo acomodándose las gafas de sol y esperando que le protegieran aquel panorama. Frente al subinspector Landero había un cielo
añil oscurecido, nubes grises, viento, mucho viento, un aire frío que le corría por dentro y en la blanca torre, una mancha enorme de sangre. Bajo la torre… bajo la torre estaba lo demás. La playa discurría blanca y fina hasta el mar plateado. Sobre la arena, cientos de cadáveres. No uno, ni dos, ni tampoco tres; sino, cientos. ¿Cientos? Sin lugar a dudas, muchos. Hasta que oyó que alguien los contaba. Uno. Dos. Tres. Empezó a escuchar los números a partir de cuarenta y cinco, como si antes le hubieran pasado desapercibidos «no, desapercibidos, no, sólo es que…» y siguió prestando atención, con el corazón que golpeaba al ritmo de cada nueva cifra.
En un día como éste había ciento cincuenta cadáveres de ciento cincuenta leones sobre la playa frente a la torre de los dos molinos que se arraigaba encima de una colina rala. Los contó, necesitaba cerciorarse. Los repasó varias veces, tantas como razones. Causas y números. Debería existir alguna explicación para el horror. «Y si no la encuentro…»
Frente al subinspector Landero, frente a la colina yerma, bajo la torre medieval con dos molinos de viento «una verdadera atracción turística y arquitectónica que contamos como única en este pueblo, pueblo sí, sí, ¿qué dirán ahora?, ¿tendré que irme a otro sitio?» estaba aquel espectáculo de otro mundo. ¿Cómo llamarlo, sino? «¿Qué nombre tiene algo como cientos de estos cadáveres sobre una playa de un pueblo desapercibido? Puedo ir a visitar a mi hermana Pilar en Málaga ... preguntarle qué le dicen sus filósofos.» Landero contemplaba la escena y pensaba en otras cosas. «Pues, digo yo que es normal que te pierdas y divagues hoy,macho, justamente hoy, con las que te han caído encima, Landerito, vaya día me cago en todo».

No hay comentarios: