Memorias de una vidente 1

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Y ASÍ EMPEZÓ TODO

 

-          Madre, mándeme usted a hacer algo.

-          Pero niña, puedes irte a jugar con tus amiguitos.

-          Es que ellos aún están haciendo los deberes y yo me aburro, madre, dígame, ¿le hago algún recado?

-          Ya has acabado tus deberes, ¿verdad?

-          Sí, madre, sí.

-          A ver... enséñamelos.

-          Mire, madre, aquí, ¿lo ve?, aquí pone la fecha de ayer y lo que hay que hacer y aquí está todo ordenado.

-          Muy bien, mi niña, muy bien. Entonces puedo pedirte que me hagas un recado un poco largo.

-          ¡Sí, sí!

-          Pues irás a casa de los tíos  a llevarles esta cesta.

María Antonia no tenía más que unos nueve años, nueve y unos pocos meses por aquel entonces. Le gustaba ayudar en casa y sobretodo mantenerse ocupada. Era de las primeras en levantarse por la mañana y cuando los demás bajaban se encontraban con la mesa del desayuno ya preparada. Aquella niña era un terremoto, comentaban las vecinas. Pero lo decían sin menospreciarla, sino como una cierta forma de admiración y agradecimiento pues también a ellas les hacía algunos recados, ordeñaba sus vacas o cuidaba de algún bebé, que por aquel entonces en el pueblo habían nacido unos cuantos. María Antonia tenía experiencia con niños, a pesar de ser la más pequeña de la familia, ya que desde muy  pequeña había comenzado a ocuparse de los hijos de sus hermanas mayores cuando hacía falta. Por ser la menor y porque ya no quedaban más hijos en la casa, había podido instalarse en la buhardilla teniendo un espacio en el que reinar ella sola a su entera libertad. Su primo Juan  había reparado las paredes con tablas que sobraban de las obras en las cuales trabajaba. Luego subieron la cama, el ropero y la mesilla. Alargaron los cables de manera provisional hasta poder hacer una instalación eléctrica mejor que tardaría en llegar, para dicha de la niña que prefería iluminarse con velas cuando el sistema fallaba. Para su cumpleaños  ella  había pedido una habitación para ella sola de color lila y rosa, y con estrellitas plateadas en el techo. Su madre la envió a un recado a casa de los tíos María y Pepe que vivían en el pueblo de al lado, tardaría al menos unas tres horas en ir y volver. Últimamente siempre se las arreglaba para enviarles alguna cosa, un potaje, unos panecillos, lo que fuera con tal de mantener a la niña lejos de allí, que tenía como un sexto sentido para saber qué ocurría, por eso mismo era mejor alejarla si se preparaba una sorpresa, como era el caso.  Eso era lo que había pasado cuando iba a cumplir los seis y luego con los siete o los ocho y con los Reyes, también. Si se escondían los regalos en casa, Toñi  sabía qué era y dónde estaban; se lo contaba a sus hermanas que luego se quejaban a su madre por haber desvelado el secreto y arruinado la sorpresa para la pequeña, pero después de un par de veces descubrieron que nadie decía nada y que la niña siempre lo sabía. Nunca le preguntaron cómo, sino que se cuidaron mucho de esconder los paquetes en casa o de mencionar el tema.  Así que esta vez iban a prepararlo bien. Con las perdices en escabeche no dio tiempo de acabar la limpieza de la buhardilla, la niña era la única que solía subir  por allí y por lo visto no le asustaban los ratoncillos ni las arañas; además, había una enorme cantidad de trastos viejos.  La madre, Doña Asunción, a  partir de entonces quedó de acuerdo con su hermana que ella le enviaría viandas y que una vez que la niña llegara a la casa la invitarían con un gran trozo de tarta para entretenerla un rato más, las golosinas y las peticiones de más variado tipo eran la única manera de enredarla. Cada sábado durante los dos siguientes meses obedecieron a un estricto plan de señales y acuerdos con el fin de prepararle la gran sorpresa.  Los panecillos y la tarta de manzana hicieron la segunda parte de la limpieza y fueron sucedidos por empanadillas y el pastel de chocolate que se encargaron de las reparaciones junto  la carne adobada y filloas; chorizos del tiempo y bizcocho de nueces, así como tantas otras viandas y demás acabados. Se acercaba el  día en el que la familia se reuniría, habían elegido el domingo, después de misa. 

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