Relóticos: cuentos pequeños para gente grande VII

De parte de un San Valentín diablillo...

Olor a verde oscuro

Cuando cerramos la puerta de su casa nos desnudamos entre besos y manos. Estábamos desnudos en su pasillo verde oscuro, inclinados sobre la puerta. Lo primero que hizo fue tomar mis pechos como si fueran suyos. Yo estaba adherida a la puerta, conteniendo la respiración, con la piel completamente erizada, excitada. Hechizada. Su lengua paseó ante mis ojos, se fue deslizando diestra por la comisura de mis labios evitando entrar en mi boca. Surcó mi cuello, mis hombros. Se detuvo a envolver mis pechos, a mordisqueármelos. Su mano recorría mi espalda y descendía hasta encontrar el espacio entre mis muslos para provocar que los abriera a su merced. Entonces se detuvo y yo no quería. Pero él se paró, me miró, susurró algo al oído que yo no podía entender. Me dejó allí. Yo no me movía. Se fue.

Volvió con un barreño y una esponja. Enjabonó mi sexo una y otra vez. En el agua había cubitos de hielo, estaba helada. Echaba agua y me enjabonaba mientras yo sólo podía emitir unos gritos agudos de placer prolongado obligado esclavizado.

Luego tomó una cuchilla y me fue rasurando despacio, muy despacio. Pasaba la yema de sus dedos entre los labios de mi vulva, sobre mi clítoris eléctrico y luego, el agua helada y mis grititos. Tardó una eternidad y cada vez que yo estaba a punto de tener un orgasmo, volvía a detenerse y me echaba el agua helada. Cuando yo estaba completamente rasurada, me secó primero con una toalla muy suave, luego con su aliento y finalmente con sus manos calientes. Volvió a desaparecer.

Llegó y me llenó de crema de chocolate, me embadurnó y me lamió hasta saciarnos. Me tumbó sobre el suelo del pasillo verde oscuro, el suelo estaba frío, húmedo y aún enjabonado. Espolvoreó mi sexo con canela. Puso miel en mis manos y me hizo untarle su pene mientras me llenaba la boca con su lengua. Luego le supliqué que me penetrara y jadeamos como dioses enloquecidos.

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