Los cuentos del destino 19

Nuestra familia, a excepción de tía Flo  (y tía Matilde por una temporada), estaba compuesta exclusivamente por mujeres. El tío Matildo, como lo llamábamos, un buen día desapareció y a pesar de todo cuanto se hiciera por animarla, la tía Matilde lloró durante un año lunar entero. El marido de tía Flo, el mago, fue el único hombre presente en nuestra casa. Con todo a él también a veces le daba por desaparecer y luego aparecía como en uno de sus trucos, pero siempre era bien recibido. Tía Flo era feliz.  Nuestra familia estaba integrada por una gran cantidad de personas. Éramos una enorme cantidad de niños que corríamos por los pasillos de las casas y los jardines. Recuerdo que cuando íbamos a visitar a otras partes de la familia, incluso me sorprendía ver a tantos hombres.

En silencio mi hermana y yo buscamos información al respecto durante toda nuestra adolescencia. Fue relativamente fácil dar con la historia de la Primera Maga. A parte de una desgraciada historia de amor y una profecía que ya conocíamos, no hubo novedades reveladoras.

 A lo largo de nuestras investigaciones sólo dimos con algunos puntos coincidentes. Todos conducían a mujeres que se quedaban solas por uno u otro motivo. Los hombres o bien desaparecían, eran prácticamente tragados por Saturno, o bien eran intermitentes, como si se tratara más bien de un truco de magia que de una persona real. Victoria insistía, como siempre, en que si yo era la continuadora que rompería con la tradición, debería hacerlo cuanto antes porque ella quería enamorarse y vivir en pareja. 

En realidad era la única que veía algo de positivo en mi sospechada futura traición. “Ya verás, me decía, seremos felices como cualquier mujer aunque no podamos hacer ni un truquito de los nuestros, pero no importa porque seremos mujeres felices y tendremos un compañero de vida, a parte de tenernos la una a la otra, claro.”  Se nos predecía en nuestros caminos dos amores a cada una y el segundo sería el que tendría éxito aunque fuera menos importante que el primero. 

Victoria formaría familia con un hombre del desierto y yo con uno de un país frío, nos había dicho la abuela. El de Victoria sería mayor que ella y en cambio, el mío sería menor que yo.  Tanto a Victoria como a mí todo aquello nos daba la risa y mucho morbo. Aún no podíamos imaginarnos dejando pasar a los grandes amores de nuestras vidas para tiempo después formar familia con otras personas a las que amaríamos con todo nuestro ser, pero sabiendo haber dejado que nuestros medio cielos se alejaran de nuestras vidas.

 Además de estos descubrimientos sobre la soledad de las mujeres de nuestra parte de la familia, notábamos que el poder de cada generación también iba disminuyendo. No se trataba de una información concreta, sino de una sensación. Podíamos interactuar con el orden Universal tanto cuanto lo habían hecho nuestras predecesoras. Sin embargo había algo que se iba escapando. 

Ambas tuvimos la misma sensación, exactamente al mismo momento. ¡Y entre nosotras no podíamos leernos la mente! Efectivamente, a pesar de todos nuestros experimentos entre nosotras este poder se anulaba aún sin protegernos con el círculo mágico, sin que hiciéramos nada. El hecho singular de que sin evidencias ambas tuviéramos la misma intuición con respecto a una idéntica cuestión al mismo tiempo, nos abría un camino. Por aquel entonces no supimos cómo aprovecharnos de esa posibilidad.

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