Los cuentos del destino 18

Cuando había cosas que no se podían entender, la abuela sentenciaba:

 -Un misterio, como en el cuento de la princesa dormida.

Es verdad que bastaba con aquella frase para dar por explicado lo más inaudito, lo que no se podía aceptar ni ilustrar de ningún otro modo. Los misterios tienen su tiempo. Durante mi vida he tenido de la suerte de contemplar muchos misterios y de que me fueran revelados unos pocos, sobretodo el más importante para mí. Pero eso sería cuando hubiera dejado de ser una niña, cuando pudiera demostrar que podía convivir con los misterios sin hacer muchas preguntas, simplemente saboreándolos. Sí, en efecto, los misterios tienen sabor, una cierta textura densa, son aterciopelados y tan existentes como la futilidad. Hay muchos más de cuantos reconocemos. La abuela nos hacía guardar al menos un misterio diario en nuestros cofres personales. No podíamos contárnoslos, si bien con mi hermana alguna vez rompimos esa ley, pero entre hermanas estaba casi permitido porque ella también sería una maga, una bruja.

Lo de guardar misterios es una costumbre que no hemos abandonado. Será por el gusto de compartirlos en secreto, de esconder algunos de ellos incluso, de provocarnos entre las mujeres de la familia con miradas picantes. A veces por el simple gusto de desafiar nuestros poderes entre nosotras mismas... y quien adivina, se queda con el misterio aunque puede regalarlo en un acto de dulce magnanimidad y devolverlo a su dueño original. Más allá de esos momentos de travesuras, guardar misterios puede resultar apasionante. Basta tener un pequeño cofre de madera. Es muy importante que sea de madera puesto que es un elemento que protege de las energías indeseadas. Dentro del cofre puedes poner alguna flor, es especialmente indicado el jazmín, o en su defecto la esencia de jazmín, son suficientes unas gotitas. No hay que olvidar el cuarzo blanco debidamente energetizado.

Apunta aquello que no logras comprender en un trozo de papel blanco. Procura que su textura te sea agradable, escribe con un lápiz o con tu pluma preferida. ¡Nada de rotuladores ni bolígrafos! ¡Necesitarás miel, se me olvidaba! Mójate los labios con la miel, entonces y sólo entonces toma el papel y escribe en él aquello que se escapa a tu comprensión. Puede ser algo trascendental en tu vida o algo menor, lo importante es que te preocupa y no puedes entenderlo por más que lo intentes, por más vueltas que le des, por más paciencia que le pongas. Escríbelo y mientras lo haces pronúncialo sintiendo la miel en tus labios. Guárdalo en tu cofre. Allí descansará el misterio. Todos los misterios tienen su tiempo, respétalo.

Mientras tanto  puedes imaginarte en el rol de la protagonista del cuento, puedes hablar con la Papisa y pedirle consejo.

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