Leones en la cocina 4

No, evidentemente no estaba. A Antonio Landero no  le gustaban las sorpresas y menos aún por las mañanas. A Rosa sí y quizás al cabo de los años él se había acostumbrado un poco, quizás ahora le molestara un poco menos lo imprevisto, pero un poco menos no equivalía al cien por ciento. Ya tenía suficientes sorpresas en su trabajo, demasiadas cosas inoportunas, demasiadas. 

Aunque la mayoría eran siempre lógicas, porque el azar y la mente humana siempre sabían a lógica, pero de lógicas había muchas, como sazones y sabores. Simplemente bastaba entender cuál era la que estaba operando en cada momento para situarse en la coordenada adecuada y todo cobraba significado, hasta lo inexplicable. Esto era lo que le gustaba de su trabajo: encontrar el orden en el caos, como le decía Rosa. ¿Y dónde estaría ella? Café.

Landero alcanzó el territorio de la cocina como un sonámbulo. Había llegado tarde la noche anterior, no había dormido más que unas tres horas «tres horas, joder». Hacía treinta y cuatro noches que llegaba siempre muy tarde por culpa del caso del refresco, como lo llamaban. No se trataba de un caso complicado, lo que pasaba era que simple y llanamente no podía ver su lógica. Estaba seguro que la encontraría allí, delante de sus ojos. Sabía que  le estaba esperando coqueta una lógica esquiva y esto era lo que le ponía más nervioso. Le alteraba saber que lo tenía delante de su nariz y que no podía atraparla. Rosa era perfectamente consciente de lo que le pasaba, no era la primera vez y sin embargo llevaba más de un mes protestando por sus llegadas tardías. Era evidente que necesitaban vacaciones los dos. 

En realidad todo era culpa del cambio de cuadrante por los nuevos, eso era lo que pasaba. Tanto había prometido el gobierno aumentar la presencia policial, que al final lo hicieron y, claro, habían cambiado los horarios. El resultado de la burocracia era que él se había quedado sin sus vacaciones en agosto «y eso a ciertas edades jode mucho»

Además le habían avisado en el  último momento. Ya tenían los billetes, las reservas... todo: el viaje prometido durante tantos años y que a ella le hacía tanta ilusión. ¿Pero qué podía hacer él? «Eso, eso: si yo no puedo hacer nada» ¡Si no era más que una pieza de un gigantesco rompecabezas! La vida de un policía en la vida real nada tenía que ver con la de los que se veían en la televisión y que tanto le gustaban a Rosa. Ella no había estado muy comprensiva últimamente. «Se le pasará».

No hay comentarios: