Leones en la cocina 3

Desde que abriera los ojos  hasta darse cuenta, ¿cuánto tiempo le quedaría aún? Tenía que recordar la llamada para saberlo:

-Landero- una voz de mujer que no era la de Rosa, pero Rosa no le iba a llamar por teléfono; tampoco estaba en la cama

-Mmmm- fue lo único que pudo decir mientras buscaba con la vista.

-Landero que estás dormido- era Dolores, la secretaria del jefe.

-Ya lo sé- seguía mirando a su alrededor y buscaba a Rosa.

-Te paso al jefe, y mientras aclárate la voz, venga- la voz sonaba con cierta sorna.

Pasaron unos minutos que se le hicieron eternos. ¿Dónde estaba Rosa?

-Landero- ese, ese era el jefe y la voz sonaba a voz de jefe por la mañana, una voz de tengo que decirte algo importante imbécil.

-Sí, señor- pero la suya también era una voz de imbécil, la voz de qué me vas a contar a estas horas tú a mí cacho cabrón que me estás despertando y aún no me he tomado el café.

-Que ha surgido una urgencia, ya sé que ayer acabaste tarde, pero es una urgencia.

Nos vemos en la playa de los molinos, es muy urgente. La voz cambió de tono, parecía cortante.

-De acuerdo- él también podía parecer cortante aunque sólo fuera un subinspector desde hacía años.

-Cuarenta y cinco minutos, no más.

-De acuerdo, sí, señor.

Se cayó el papel pero Landero no lo notó en aquel primer instante. Fue unos minutos más tarde, cuando apoyó el auricular y el pie, ambos al unísono, y él no sintió el suave cosquilleo de la alfombra. Había un trozo de papel en suelo, una especie de lija bajo la planta de su pie y no aquella suave lana. Levantó el pie mecánicamente e intentó deshacerse de aquella cosa pegajosa y molesta como una mosca. ¿Estaba soñando? No, no, estaba despierto. ¿Rosa? Se habría levantado antes. Landero se sentó en la cama apoyando los pies en el suelo. Sentía el frío del mármol «le habrá dado por lavarla o cambiarla». Si Rosa lavaba una alfombrilla ponía otra, por eso tenían tantos juegos de alfombrillas, una manía que a él no le molestaba lo más mínimo y a la cual se había acostumbrado a lo largo de los años. Miró la pantalla del despertador para cerciorarse de que era jueves. Jueves. Rosa tiene clase los jueves por la mañana. Eran las 6:30 «¿tan temprano?» Aguzó el oído, silencio. Aguzó la memoria, nada. No me dijo que hoy tenía algo «estoy cansado y aún no he comenzado el día, como quien dice, vamos bien, bien, bien». Mejor levantarse y un café «un café, sí, un café». Las pantuflas tampoco estaban en su sitio. Rosa... Landero al levantarse sintió un pequeño dolor en la espalda, nada importante. Le esperaban, más le valdría darse prisa. Algo le desconcertaba en el aire.

- ¡Rosa!- gritó

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