Un cuento largo: Grita III

A las tres o cuatro semanas, bueno, no había pasado mucho tiempo que Pablo me llamó para contarme que su madre le había presentado a un amigo especial. Manoli es bruja, es medio bruja, de eso estábamos y estamos seguros. ¿Cómo se había dado cuenta? Desde entonces cada cosa que decía y parecía que no tenía ningún sentido le prestábamos un poco más de atención, empezamos a hacerle caso y también de eso se dio cuenta, qué tía. Santi al principio recibió la noticia con indiferencia, como si no le contáramos nada nuevo. A lo mejor él también lo sabía, porque Pablo y yo nos dimos cuenta de que él también le hacía caso. Al final todos conocimos a Antonio porque se instaló en la casa. Al principio no nos caía mal  a Santi, a Manoli y a mí y a Pablo, ni hablar. Ahora después de todo lo que nos ha pasado hay que reconocer que Antonio es un puntazo, incluso Pablo lo admite. Por eso y otras razones no nos sorprendió del todo cuando Manoli nos contó que iba a clases de tarot y que era un secreto.

- No te vas a convertir en una de esas tías chaladas con velas y esas cosas, ¿verdad?- quien abría la boca era Pablo, Santi y yo nos la quedamos mirando y creo que pensábamos lo mismo y que además a Manoli le daba por cosas raras.

Ella se puso seria y contestó:

-          El tarot es un camino de conocimiento.

Ahí sí que nos dio por reír. Ella se iba poniendo más y más seria, más y más furiosa y nos desternillábamos.

-          Sois unos niñatos

Es que cuanto más hablaba nos daba más la risa, era una risa tonta de esas que se te pegan, miras a un lado y hay  alguien que no para de soltar carcajada tras carcajada y a ti te contagia, eso era lo que nos estaba pasando, como cuando bostezas, que te contagian. Pero la Gran Bruja no lo percibía con su sexto sentido. Parecía que estaba a punto de conjurar las fuerzas universales del mal cuando con una ceja levantada y una mano sobre la cintura, la mar de tranquila y extremadamente seria, mirándonos por turnos y en voz baja nos espetó

-          No tendría que haberos contado nada.

Y entonces, entonces sí nos dolió. Lo que quisiera, cualquiera de nosotros podía decir lo que quisiera, pero precisamente nosotros éramos entre nosotros en quienes podíamos confiar a toda prueba, podíamos contarnos cualquier cosa, lo que fuera, hasta lo más insospechado. Se nos cortó la risa. Nos miramos un poco aturdidos y por turnos nos confesamos:

- Tienes razón Manoli, perdona.

- Santi está en lo cierto, Manoli, perdona, tía, de verdad

- Lo siento- añadí yo.

- Os habéis pasado mucho, pero vale. Yo nunca me he reído así de ninguno de vuestros secretos.

Es verdad, Manoli, que perdona, de verdad, pero has de reconocer que el tema a veces puede confundir, que en general estas cosas, pues, que no parecen serias, ¿sabes? Nos dejamos llevar por la ignorancia, lo sentimos.

Santi hablaba por todos y además para eso era el mayor, en mayo cumpliría los diecisiete, ya tenía pensado lo que quería hacer con su vida y todo lo que era conocimiento era su campo porque decía que quería dedicarse a la filosofía. Pero ése era otro secreto.

Continuará... 

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