Escribir II

No hay calma. Es la tensión de los volcanes antes de vomitar su lava candente. Es la tensión del asesino, apenas unos segundos antes de cometer el crimen. Es el mismo movimiento que lleva hacia la vida o la muerte. Estoy viva gracias a muchas muertes. Cada vez que un personaje toma vida en una hoja,  me da su sangre en tinta que circula. Cada vez muere dentro de mí para vivir fuera de mi. No es un asesinato convenido, es una fuerza mayor como en cualquier asesinato. Si no mueren, agonizarán en mí. Y yo me volvería una muerta en vida No hay escapatoria. Yo sigo de pie, respirando, esperando. Nada digo, ni tan siquiera murmuro. Puede suceder en cualquier lugar. Me veo obligada a estar en el sitio más adecuado: en casa, en soledad. Si me asalta y no estoy en el sitio adecuado, volverá con más fuerza para vengarse, me torturará, me sacudirá y me volverá loca. Puede que incluso me postre en la cama para obligarme a esperarle. Yo espero entonces acostada, agotada. Puedo estar por la calle y he de volver a casa corriendo. Su urgencia no perdona. Aquí estoy de pie, respirando. Sale el paso hacia delante desde mis entrañas. Desde la boca del estómago.

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