Escribir III

Como un paso o como un vómito, luego escribo. No sé si habría de poner el verbo en primera persona. Porque en realidad no sé quien escribe. Ni antes, ni después. Mientras, sé que físicamente lo estoy haciendo yo. Yo misma. Me leo, escribo, releo, cambio. Soy yo, o mejor dicho: es mi cuerpo quien lo ejecuta. Antes no tengo conciencia de que sea yo. Después, muchas veces me pregunto quién habrá escrito lo que yo he escrito (es mi letra, es mi sangre). ¿Y esto lo he escrito yo? Y puedo descubrir una pequeña frase que me gusta, quizás incluso, a veces, una imagen. Lo habré hecho yo… No había nadie más. Estaba en casa, sola, esperando. Supongo que a muchos asesinos les sucede lo mismo. No sé porqué lo supongo, pero lo creo. 

Al final, la mayoría de las veces me quedo agotada otra vez. Es un agotamiento diferente. Al final me quedo sin sangre, vacía. Necesito tiempo para recuperarme. Necesito un duelo para acabar de morir y un tiempo para volver a vivir. Escribir  también es una despedida. No de amigos. No de un enemigo. No de familiares. No de un amante. No de un amor. Si no de un lugar en el que he habitado y en el que viven amigos, enemigos, familiares, conocidos y desconocidos, amantes y un amor. Es un lugar sin espacio ni tiempo, la mayoría de las veces muy oscuro. Pero allí están todos y me llaman. No puedo evitar acudir, aunque muchas veces lo he intentado, incluso durante años. Sé que es mejor dejarse ir, o mejor dicho: es menos peor. Hasta que un día habite ese lugar y sean otros quienes acudan sin poder evitarlo. 

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