Versiones: tropezar 2, cuarta parte (y última)


Olvido seguía caminando y ya se encontraba cerca de la estación de trenes, le habría gustado irse con lo puesto, irse a algún lugar más humano que la ciudad o algún lugar donde la gente se conociera y se saludara, donde hubieran flores o novedades, le daba igual; pero antes tenía que encargarse de su nueva casa, de hacer algo con aquellas joyas, venderlas o algo, luego podría partir, incluso por más de un mes, seguramente, seguramente, incluso, si se atreviera, podría ir a buscar a su padre, al menos saber si seguía vivo, mirarlo de lejos, no sabía si se atrevería a hablar con él, seguramente no, seguramente.

Justo cuando el autobús estaba a punto de arrancar pese a las protestas de los pasajeros, alguien dio el empujón definitivo que hizo saltar a Don Humberto Juárez a la calzada, tropezar y encontrarse de bruces frente al suelo, lo único que notó fue que en su mano aún asía algo, su viejo bolso de cuero, lo demás era vacío, vacío y gris, una densa pátina gris; tenía que luchar, no podía morir ni de aquella manera ni en aquel lugar, se acordó de Dios mientras no podía moverse y la sangre le resbalaba por el cuello y le pidió una segunda oportunidad, un perdón, una gracia, lo que fuera, y se le caía la cabeza pronunciando el nombre del altísimo, Dios, Dios, Dios.

Lo primero que vio Olvido al dejar de mirar al suelo y soñar fue al anciano que estaba en el suelo y que se había caído del autobús, el pobre señor, tenía que ayudarlo y por Dios que esperaba que aquel pobre hombre estuviera bien, lo suficientemente bien como para llevarlo al hospital porque en aquel día nada malo podía suceder, era su día, era su primer día en su nueva vida. Se le acercó, se agachó y como él no respondía ella le pidió a Dios que las segundas oportunidades fueran de verdad y no sólo en los seriales de la televisión, que la gente pudiera empezar de nuevo a pesar de sus caídas porque Dios era misericordioso, Dios, Dios, Dios.

Don Humberto Juárez Mendizábal levantó la vista y vio a una muchacha que le sonreía con una felicidad que le hacía pensar en un cielo de verano, estaba mareado y perplejo, algo desubicado pensaba él, incluso muy viejo. Olvido le ayudaba a levantarse muy despacio y con sumo cuidado sin dejar de sonreírle, acariciarle el pelo y dar las gracias. Sin que ellos supieran, Olvido Juárez Iturbe y Humberto Juárez Mendizábal acababan de encontrarse después de veinticinco años.


Versiones: Un hombre baja de un autobús, tropieza, mira alrededor un tanto azorado y ve a una mujer que sonríe.

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