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Desde el principio descubrí que escribir para un destinatario me ayuda a enfocar el trabajo de la escritura, a ponerle plazos que de otra manera se me eternizarían.

Simplemente es algo que funciona para mí, no para lo que cuento.

Lo que narro o describo es independiente incluso de mí misma, no necesita explicación ni derrotero más allá de su propio acto de materialización. No sé porqué escribo ni para qué. Ahora tampoco me interesa plantearme esta cuestión. No me interesa la publicación de cuanto desgrano y grano en cursivas, no. No sé si sirve de algo, ni tampoco cambia nada después de hacerlo, excepto un dulce sentimiento de felicidad. Para mí escribir es un vómito compulsivo de un dolor que intento transformar en formas bellas. Quizás una redención.

Yo que necesito coordenadas para sentirme no perdida, me sirvo del destinatario como eje de salvación, mi liana para llegar a un punto final.

Dedicar un esfuerzo de escritura también es hacer un regalo fuera de las fechas concebidas. No es tu cumpleaños, no es Navidad ni tu aniversario. Ten la bondad y humildad de aceptarlo. Quizás ni tan siquiera es un día común o extraño. Me despierto y me digo que te regalaré algo o que quizás en el fondo te haré entrega de lo que quiero quitarme de encima, tómalo como quieras, si eso te hace sentir la ilusión de ser más libre.

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