Versiones: tropezar 2, primera parte

Un hombre baja de un autobús, tropieza, mira alrededor un tanto azorado y ve a una mujer que sonríe.

 

Versión 2, primera parte 

Humberto Juárez no había sido un hombre cualquiera,  al menos es lo que había pretendido, manteniéndose fiel a su tierra y a sus costumbres. Se se sentía orgulloso de no haber estado nunca ni por delante ni por detrás, pues un paso en una de esas dos direcciones puede llevar a la otra y lo mejor es siempre evitarlos de manera cautelosa para mantenerse en su sitio, como los árboles que sólo crecen en el lugar que Dios les ha dedicado sin apartarse de Él.

Humberto Juárez ahora era como un viejo árbol que ha perdido la corteza y esperaba que los guardabosques o un rayo decidiera tirarlo porque ya no crece más ni podrá sostenerse por mucho tiempo. El doctor, amigo con el tiempo y vecino desde que eran niños, se lo había dicho sin muchos rodeos, de hombre a hombre. También le había aconsejado reposar y realizar una visita en la mayor brevedad a la capital a otro médico con quien ya había concertado una visita. Sería la primera vez que  iba a la capital, nunca le había hecho falta, no había sido necesario ya que eran los de la capital quienes venían a buscar el ganado y las pieles, siempre se había sentido orgulloso de hacer venir a aquellos señoritos que año tras año pretendían sin éxito que él hiciera aquella ruta y ahora, al final, le tocaba a él.

Olvido García no llevaba su nombre con honor, un apellido tan común que desaparecía como su propio nombre: Olvido. La hermana Inés la había llamado esa misma mañana, pues tenía algo muy importante que contarle y no tenía nada que ver con su propia pronta muerte sino con la vida de la propia niña que había sido olvidada en aquel monasterio hacía tantos años, tantos como toda su vida: veinticinco. Sor Inés siempre había querido contarle la verdad, que no había habido tal olvido, que ella misma la había tomado en sus brazos a las horas de nacer, que en realidad era su tía, que su madre había sido una hermosa joven y débil muy enamoradiza que había vuelto de unas vacaciones al sur de la hacienda de unos parientes para recuperar su salud. Había vuelto con algo más que unos bronquios más fuertes, pero que la salud al final la había ido abandonando, olvidando, parto tras parto hasta fallecer al dar a luz a su quinto varón, de todo eso hacía apenas unos años. No tantos como habían pasado desde que ella recibiera a su sobrina, la trajera al monasterio y la superiora la aceptara a condición de que nunca se desvelara la verdad; pero la superiora llevaba varios años enterrada y ella misma estaba a punto de serlo, así que ya no quedaba nada más por perder que la vida misma y la verdad.

Ahora Olvido tenía un pasado nuevo, en realidad tenía suerte pues son pocas las personas que tienen más de un pasado y más de un apellido junto a un único nombre que no quería perder porque era el nombre que su madre le había dado, aquella que estaba en la foto que Sor Inés le había enseñado hacía un rato y que se le parecía tanto. O más bien ella a su madre, claro, que no estaba acostumbrada a verse en los ojos de alguien familiar, aunque los ojos, le había dicho Sor Inés, su tía,  eran clavados a los de su padre a quien ella también conocía pero sobre quien no sabía nada desde hacía tiempo, a lo mejor ya había muerto como todos: era un hombre mucho mayor que su hermana, casi de la edad de Sor Inés si no recordaba mal,  y además estaba casado, lo cual había sido el gran impedimento de aquella relación que  los padres de la madre de Olvido nunca llegaron a descubrir y que su madre quiso enterrar en el tiempo, de allí su nombre y todo lo demás, todo lo demás. 

 

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