Coaching Mágico I

¿Cuentos para entender la realidad?

Había una vez en la capital de un lejano reino…

Estamos rodeados de historias que alimentan nuestra imaginación y con las que aprendemos a crecer. “Había una vez…”  es una frase que nos transporta a otras realidades que pueden coexistir con la ciencia más exacta. Magia y ciencia no nos separan sino que nos unen. Simbolizan dos ámbitos de nuestro ser. Son nada menos que el ying y el yang tan conocidos ya. ¿En qué nos convertiríamos si todo, absolutamente todo fuera comprensible, si todo fuera razonable, lógico? ¿Y si todo cuanto somos y nos rodea pudiera resumirse en ecuaciones, fórmulas y componentes químicos? Lo complejo sería simplificado. ¿Vale la pena hacerlo? ¿Es posible?

Podemos imaginar la realidad desde otra vertiente, la puramente mágica sin concesiones, la de la alta magia. Si deseo a alguien, por ejemplo,  en lugar de permitir que nos conozcamos, seduzcamos, esperemos o no, bastaría encontrar una gran maga con, obviamente, grandes artes infalibles, sobretodo absolutamente infalibles, que con un hechizo pudiera hacer que nuestra persona u objeto de deseo se encontrara en nuestros brazos por siempre jamás. Así de fácil. Así de diabólico y controlador.

O componentes químicos-físicos-biológicos o alta magia garantizada. Cualquiera de los dos simplificaría nuestras vidas de una manera que ni nosotros podríamos controlar. ¿Y entonces? Ya está, no nos queda nada por hacer. ¡Ah! Pero queda el gran recurso moderno del poder mental… Nos bastaría con desear algo y el gran supermercado del universo abriría sus puertas para que llegáramos a las estanterías convenientes y tomáramos aquello que queremos. ¿No? Podría parecer el cuento eterno del niño que quiere un helado o una golosina antes de la hora de la comida. Pedimos, nos acurrucamos como dulces gatitos, lloramos, berreamos, seducimos, controlamos o hacemos lo que sea para obtener lo que YO QUIERO. Querer es poder, reza la famosa frase.

Los ejemplos anteriores pueden parecernos muy arbitrarios, exagerados. Pero si te dijera que hay un conjuro para cada deseo y que lo haría realidad, ¿cuál sería el primer pensamiento que se alojara en tu cabeza? Y si te confiara que para la tristeza hay un remedio, ¿no lo tomarías? ¿Y si te dijera que hay un conjuro para tu enfermedad? ¿O uno para que consigas trabajo? ¿O un conjuro para tener hijos?

No son cuestiones de fácil resolución.

Por suerte o desgracia, de momento sabemos que es un poquito más complejo. La verdadera magia hace parte de dicha complejidad y grandeza. La magia de vivir, la que sentimos cuando miramos a los ojos de quienes amamos, la que nos subyuga en los pequeños y grandes milagros de la vida, la que nos aterra cuando caemos sin más en un agujero sin fondo de la noche para la mañana. Ese poder de la vida que construye y destruye a la vez y que a lo largo de los siglos y de la historia de la humanidad intentamos dominar, es el poder del misterio de la vida. No hay mayor poder. Ningún mago bueno o malo, angelical o diablesco puede con él. Persiste más allá de que cada vez comprendamos un poco mejor cómo funcionan las cosas, más allá de que entendamos con los años cómo operan determinados factores. Siempre está ahí. ¿Y si nos relacionáramos con ese poder? En lugar de dominarlo o  destriparlo. En lugar de rechazarlo o adorarlo. ¿No podríamos simplemente dialogar con el Gran Misterio para que misteriosamente se ocupe de nosotros?  En nuestra cultura hay formas de hacerlo. Han estado ahí desde el origen de los tiempos. Fue la primera manera en la que nos relacionamos, como humanidad, con cuanto nos rodeaba. 


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