Cronopia busca

El señor Q contempló aquello. Pero aquello, ¿qué era? Tenía la calidez del sol y el brillo de las estrellas, sin ser ninguna de ellas. Más fuerte que un quantum con la quintaesencia   de un quídam, pero muy diferente aunque equivalente. Era pequeño, muy pequeño. ¿Y si fuera…? No! (aunque tenía sus dudas) . El señor Q miró, observó, escuchó, verificó, tocó y se alejó. Pero antes aquello escuchó de los labios del señor Q:

- Todo es química.

Pasaron los siglos y después del señor Q hubo muchos más hasta el señor Z, dedicado a zambullirse en los zipizapes de la ciencia.

Aquello resultó ser una pequeña cronopia extraviada que alguien dejara olvidada en un armario sin fecha precisa. El armario se hallaba en las dependencias desde hacía tanto tiempo que se había vuelto parte de una pared. Pero el señor Z que era un zahorí de la ciencia y pariente cercano del señor C, pudo así gracias a su propia zaga genealógica comprender a la cronopia.

-          De química nada sé, deberías preguntarlo a otro- zancionó con cierta zalamería con tal de zafarseel señor Z.

-          ¿Pero dónde?- preguntó la cronopia con sus grandes ojos

-          Yo empezaría por el zoológico-  sentenció con la seguridad que le era suya.

 

La pequeña cronopia apreció la idea digna de una zarzuela mas no de un hombre de ciencia. Sin embargo, como  tantas veces comprendió que era el momento de partir y se fue.

En su largo camino aprovechaba cualquier situación de confianza para charlar y intercalar la pregunta:

-¿Todo es química?

No se cansaba de preguntar pues estaba convencida de que una vez que la respuesta fuera la justa, el silencio sería el indicador más claro de que su vacío se había llenado por completo de un aire liberador de las cadenas de tal duda. Le preguntó al señor de un palacio quien le indicó que se dirigiera a las hormigas de Roma y ellas a coro vocearon el nombre de un tal Lucas. Con él no llegó a cruzarse, pero sí con muchos más hasta que un día descansando en un blanco lavabo de aeropuerto, a punto de quedarse dormida  oyó risillas. Miró a lo alto. ¡Era maravilloso! ¡Decenas, centenas de pompas de jabón! ¿Cómo no se le había ocurrido antes preguntarles a ellas? Sin mediar saludos y antes de que las pompas desaparecieran, a toda prisa preguntó:

-          ¿Todo es química?

Las pompas reían al compás de una música insonora y otras suspiraban, pero al unísono se interrumpieron y en eco contestaron:

-          Sip, sip, sip- mientras reían y afirmaban, desaparecían.

Pero hubo una gran pompa que llegaba oronda y con voz redonda y perfumada le susurró al oído:

-          Si, pero la  química sin la magia no acontece, sino ¿cómo explicas la fascinación de los niños por nosotras? Y nosotras  los necesitamos para existir.

La pólvora del silencio verdadero y profundo recorrió el  pequeño cuerpecito de la cronopia.  Ella entendió y buscó un lugarcito para descansar. Lo encontró en el agujero de rollo de papel higiénico olvidado en un pequeño armario de metal de aquel lavabo de aeropuerto internacional.

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