VI Y preguntas... preguntas...

Carl Gustav Jung utilizó las cadenas de asociación y sus relaciones como un instrumento más de la psicología. Fue el padre del uso de lo irracional como medio de autoconocimiento.

Todo empezó en 1913. Estamos entonces en el invierno de 1913. Jung tiene 38 años y está en un tren. Se dirige hacia Schaffhausen. Por entonces ya había colaborado con Freud, es más:  ambos se habían hecho muy amigos. O al menos así lo entendía el joven Carl. Cuando se conocieron fue como un flechazo entre dos mentes brillantes. Esto había sucedido antes, en 1907. Jung admiraba a Freud y consiguió finalmente conocerle. Dice la historia que Freud canceló todas sus citas de aquel día para quedarse charlando con su colega el doctor Jung. Esta primera charla llegaría a durar 13 horas. Un auténtico flechazo. Hoy en día si algo así sucediera les tacharían de locos. ¿Quien tienen tiempo hoy en día para dedicarse a charlar  durante 13 horas con alguien quien acaba de conocer y por quien siente una profunda admiración? 

El enamoramiento puede darse entre personas de sexos diferentes, del mismo sexo o entre dos mentes, como es el caso que nos ocupa. La relación empezó de  manera intensa y continuó siéndolo durante dos años. A veces encontramos personas que nos acompañan en nuestro camino por un corto periodo de tiempo aunque de manera intensa, la huella es imborrable.  A partir de entonces Jung se convirtió en la mano derecha de Freud. Jung consideraba al doctor Freud como un igual. Le admiraba, sí, pero como quien admira a alguien muy querido. Cuando conocemos a otra persona con quien podemos comunicarnos a todos los niveles, puede que nos sintamos un poco menos solos en este mundo. No creo que exista mayor expansión de uno mismo que el conocer a otro igual (que no idéntico), alguien con quien podemos compartir cosas que otros tachan de locuras o tonterías o exageraciones. Un amigo o amiga tan íntimo a quien  podemos confesar nuestros miedos más ridículos, nuestras fantasías más excelsas, alguien que no solamente nos escucha sino que nos cuestiona a la vez y que nos conduce a terrenos nuevos desde los cuales podemos vernos  desde otros ángulos para crecer, alguien que nos impulsa. 

Para Jung este sentimiento era sagrado, como en realidad lo es. Pensó que se había acabado su soledad intelectual. Pero se equivocaba... 

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