VII Seguimos con preguntas

En 1909 ambos se embarcaron en un viaje a América. Las travesías en barco son largas y las horas muertas las llenaban con charlas, más charlas y algunos juegos. Por ejemplo, se entretenían analizándose los sueños el uno al otro, tomándose poco en serio. En un determinado momento Jung notó que Freud se ausentaba como resistiéndose. Y así era efectivamente. Freud había pedido a Jung que detuvieran el juego ya que no quería perder su autoridad. Freud no permitió que su amigo entrara en su intimidad cuando él se había abierto por completo. Así que la  relación de igualdad no era tal. Jung se dio cuenta en un instante. No lo pudo soportar. Porque él sí se había confesado con su amigo, le había moestrado su alma. Jamás hubiera imaginado que había alguna autoridad que perder o que ganar. A partir de entonces la relación se fue enfriando. 

Me queda a mí el consuelo de que si algo así le pasó a Jung que ha sido el gran conocedor del género humano, pues a cualquier hijo de vecino también nos puede pasar. Me gusta su valentía pues él no dudó en ser fiel a sí mismo y seguir adelante su camino solo a pesar del dolor de sentir que el gran amigo que había creído encontrar no podía compartir su espacio con él. Este amigo no era cualquiera sino la persona con mayor influencia en el mundo de la psiquiatría y el psicoanálisis de la época. Freud era una eminencia altamente reconocida. Ambos supieron mantenerse fieles  a sí mismos, cada uno desde su postura.

Podemos decir que en 1913 Jung era ya un gran profesional de reconocimiento internacional. Lo habíamos dejado en el tren, en el traqueteo de un viejo tren que le conduciría desde Zurich hasta Schaffhausen. La región es montañosa y se asemeja bastante a los paisajes en los que podemos imaginar a Heidi saltando y jugando con Pedro y Niebla. Cuando el tren se metió en un túnel Jung sufrió lo que él mismo llamaría en un principio “una alucinación”. De repente se quedó dormido y tuvo una visión. Según sus propias palabras tuvo la visión de una inundación monstruosa que hundía casi toda Europa (sí, no es casualidad que la famosa película de Lars Von Triers se asemeje). Las aguas llegaban hasta su nativa Suiza que se había convertido en  una única gran montaña, única zona que no era  tragada por las aguas. Jung se veía sentado allí mismo, en la cima de la montaña-Suiza. Al mirar alrededor de él, observaba que  las aguas se volvían rojas y se daba cuenta de que se trataba de sangre.  Luego comenzó a ver los muertos y la devastación. Cuando el doctor Jung se despertó, miró a su alrededor dentro del vagón de tren con la misma preocupación que cualquiera de nosotros hubiera sentido en tales circunstancias. 

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