Pasan cosas

A veces se me olvida cómo encender una cerilla, hacer el café o dibujar un pájaro o un caballo. Las cerillas pueden acabar en el café volando. Los fuegos artificiales no echan chispas, no me despierto por las mañanas y aparecen peces en los flancos de mis páginas. Oigo trotes decisivos que no puedo identificar... A veces en mi rescate vienen los bigotes de un gato, erizan mi piel y me recuerdan dónde estoy. No suele ocurrir cada día, pues hasta eso se me olvida.

Olvidarlo todo es un sueño de un vacío lejano que no sabe que es vacío ni añora lo lleno por lejano. Recordar nada es la brisa de un pasado compasivo que no sabe lo que fue y no exige nada ya de un futuro.

A veces se me olvida lo que he soñado y otras, lo que he vivido. Entonces me paso buscando qué quiero, de dónde vengo y esas cosas. Intento encender cerillas para ver el camino. Pruebo saborear una pausa de café. O ya cansada planeo huir sobre un águila o Pegaso. Y se me olvida. Pero aún siento los ronroneos de los gatos cuando me acarician con sus bigotes como si fuera un dulce eco de gotas de lluvia que laten muy despacio y me recuerdan algo que ya no sé nombrar.

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