Ciclos, ruedas, piedras y tropiezos

Todos estaremos de acuerdo en que la vida se presenta por ciclos. Los podemos reconocer como vacas flacas y vacas gordas, felicidad o infelicidad, tristeza o alegría, salud o enfermedad. Los llamemos como los llamemos, sabemos que hay periodos y que cambian, incluso a veces parecen que se alternan. Lo único cierto es que todo cambia, la vida es cambiante por excelencia. Y por ello se acerca más a una planta que a una cinta transportadora en una máquina. Desde que nuestras sociedades descubrieron la fabricación en línea nuestra idea sobre la vida ha cambiado bastante. Es un pensamiento generalizado creer que una cosa lleva a la otra en orden, como si cuando nacemos se nos coloca en una cinta y seguimos hasta el final añadiendo piezas. Se supone que quien es más inteligente o perspicaz o lo que sea, conseguirá más piezas. Y así algunos llegan al rolls royce exclusivo, al fiat 600, al golf o a la bicicleta. Pero hay más modelos. Y está el modelo orgánico que nos dibuja como una planta. Personalmente es que el que me parece más cercano a la cótica realidad de la vida plural. Puede que nos toque un terreno abonado, o no, que nos dé el sol o la lluvia. Podemos crecer en diferentes direcciones, enredarnos, quemarnos bajo el sol, secarnos y volver a florecer , pasar por periodos de lluvias y por otros de sequías. Estamos más cerca de una planta que de una línea de fabricación por el simple hecho de estar vivos y formar parte de un mundo orgánico.

Si entonces desde esta mirada la vida es un suceder de ciclos buenos y malos, sean largos o cortos, nuestra capacidad para aceptar cada momento será más fácil, quizás. Si observamos la vida en ciclos, en lo orgánico y en sus cambios, el “no” encierra dentro de él un “sí” que a su vez algún día se transformará en “no” y así sucesivamente. De esta forma el fin, ya no es un corte abrupto muy cercano a un cierto tipo de pérdida, sino que podemos llegar a atisbar un después infinito.

El hecho de tropezar con la misma piedra, entendido desde esta perspectiva que estamos comentando aquí, se convierte en una posibilidad de ir puliendo ciclos. Si cada uno de estos ciclos nos trae al menos una piedra con la que caernos, cada vez que lo hagamos, nos tropezaremos de manera diferente. Eso sí: hay que ver la piedra y la caída, intentar captar el ciclo y comprenderlo. Es algo que solamente se puede hacer después, cuando echamos la mirada hacia atrás. La vida no se comprende por adelantado porque no es una línea de fabricación previsible donde forzosamente después de A viene B.

No se trata de aceptarlo todo pasivamente, sino de saber observar el tiempo preciso y dar lugar a las oportunidades. Tampoco se trata de ser oportunista a todas horas, sino de utilizar nuestra energía cuando la necesitamos. Tropezar con la misma piedra no es el único aspecto de la vida. Hay muchos y variados ángulos vitales.

¿Y qué podemos hacer? Aquí solamente puedo compartir las cosas que me han funcionado a mí. Y no siempre son efectivas al 100%, nunca hay fiabilidad total en nada. El error y el acierto muchas veces conviven mucho más cercanos de lo que nos imaginamos. Lo único que puedo hacer es compartir algunas de las cosas que me han funcionado a mí y a algunas personas que conozco. Prueba si te parece que tiene sentido y anota tus resultados.

Imagina que tienes una rueda de bicicleta, por ejemplo. Y que la puedes colocar sobre una mesa recostada y hacerla gira a la derecha y a la izquierda. En el centro estás tú. Y en la parte exterior de la rueda están tus vivencias. De las vivencias parten radios hacia el centro y de ti también hacia ellos. Todo esto y el girar hacia la derecha y la izquierda es lo que conforma tu vida. Si desde el centro puedes ponerte de pie, simbólicamente hablando, y ver cuanto hay en la rueda exterior, podrás ver también los radios que te unen hacia allí y de allí hacia ti. Lo que proponen las religiones como el Budismo es ver la rueda desde fuera, contigo en el centro – a la vez- y entonces se produce la iluminación y nos vemos libres de lo que en tales religiones se denomina rueda kármica. Entonces lo que primero desaparece es el yo y lo demás porque ya no somos el centro de ese sistema, ya no somos el sol. Es decir: si nos vemos parte integrante de un todo, el yo es solamente una parte de ese todo y ya no lo único. Hay un pequeño detalle… para lograr la iluminación hacen falta entre 20 y 30 años de constante práctica. Los maestros lo saben bien. Y una vez que lo han alcanzado es imperativo no dejar de practicar, lo que sucede es que se hace de manera diferente. Pero los comunes mortales que no ns preparamos para ser maestros budistas, sí que podemos hacer algunas cositas. Empieza por anotar en el día de doy y durante tres días cuántas veces dices o piensas con el “yo” en la boca. Sólo anótalo, nada más. ¿Te atreves?

Toma un papel, una libreta pequeña sería lo mejor porque la puedes llevar contigo. Cada vez que digas “yo” o aunque no lo digas, lo pienses, marca una rayita. Ve marcando rayitas para el día 1, el día 2 y el día 3. Al final cuenta cuántas rayitas hay cada día. Coloca ese número en el centro de tu “rueda” de la vida. Y simplemente recuerda que más allá hay radios y una circunferencia mayor y fuera de tu rueda hay otras, muchas otras, y todo un extenso universo. ¿Es importante ese yo? No, no es esencial. ¿No es importante entonces? Tampoco, tampoco. Es una parte. Lo que pasa es que muchas veces lo identificamos con los radios de la rueda y su circunferencia y el universo y creemos que es lo único que cuenta. Pues, no, no es lo único. Es una parte de toda la historia de nuestro presente. Y a veces la vida lo modifica haciendo que se tropiece con piedras. Y nos caemos. A veces nos hacemos mucho daño y otras, no tanto. Nos caemos en cada ciclo. Y nos levantamos en cada ciclo. Y hay mucho más...

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