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Puedes preguntarle al Emperador cómo nombrar las situaciones, pues los nombres dan forma a la realidad y es precisamente eso lo que hace el Emperador de nuestro cuento y el de la carta del Tarot. No olvidemos, sin embargo, que hay más que el nombre de las cosas y es la experiencia de ellas mismas. 

Nombrar es un acto también creativo porque no es suficiente con pensar, analizar. Para hallar el nombre correcto, la palabra que define, será necesario sentir, conectarnos con nuestra parte intuitiva y con nuestras experiencias. El Emperador y la Emperatriz van unidos. Se trata de un orden amoroso, de un nombrar amoroso. El Emperador se ocupa de poner las cosas en su sitio. Con amor. 

Puede suceder que aceptemos  la categorización, algunas estructuras, algunas normas y leyes sin pensarlas, sin digerirlas, y que en lugar de estabilizarnos, nos anquilosen, nos bloqueen. Hay momentos de excepción en los que los “así se ha hecho siempre” no nos sirvan de gran ayuda. ¿Qué le pasará, por ejemplo, a aquel niño al que insistentemente le advertían sobre los extraños cuando crezca y tenga que marcharse a un país extranjero o le toque trabajar con personas de otras culturas? 

El significado está más allá de algunas normas, somos nosotros los que digeriremos las estructuras para cerciorarnos de su utilidad. Los tiempos cambian, las normas también, no todas, algunas se recuperan, otras se modifican, otras siguen perennes.  En un Universo donde todo cambia, nada descansa y todo se mueve se hace necesario revisar los conceptos para descubrir su significado íntimo, su esencia. Eso fue lo que le sucedió a la protagonista del siguiente cuento.

 

Los cuentos del destino 35

Relájate y haz algún pequeño ejercicio de respiración, luego empieza a llamar a las personas que han existido o existen en tu vida, salúdalas y despídete, nombra a cada una de ellas. Nombra tus momentos de felicidad y de tristeza, de miedo y rabia. Simplemente nómbralos, no tienes que hacer nada más. 

No se trata ni de intentar ser positivos ni tampoco de ser negativos, se trata de nombrar.  Tal como señala la gran poeta Alejandra Pizarnik la palabra puede sanar, no porque nos enfurezcamos el mar dejará de existir, ni el mundo tampoco, “...por eso cada palabra dice lo que dice y además más y otra cosa.”  

Nombrar es hacer nacer mundos y cantarles, reconocerlos. No por guardarlos en el baúl del silencio forzado dejarán de existir, de esa manera somos nosotros quienes creemos que dejan de existir, es una ilusión bastante fútil. Tanto empeño en acallarlos forzará a que nos asustemos aún más cuando abramos los ojos y nos veamos sorprendidos de ciertas existencias ignotas. Por eso es importante empezar por nombrarlos. Nombrar un fantasma con el debido respeto es invitarle a la luz y apartarlos un poco de la oscuridad, que es el único lugar desde donde pueden asustarnos. No es posible nombrarlo todo porque así lo decidamos, los fantasmas necesitan su tiempo, tanto o más como nosotros.

Los cuentos del destino 34

Este nuevo orden es justamente lo que logramos cuando reconciliamos dos aspectos opuestos internos a partir del encuentro de nuestras partes consciente e inconsciente. Toda la civilización y la cultura nacen en dicho momento también. El Emperador nos ayudará a tomar conciencia de nuestras responsabilidades, a ordenar nuestro jardín para que todas las plantas reciban el cuidado que se merecen, incluso a saber que si quieres tomarte un té, antes es necesario calentar el agua. El orden no significa abrir el paraguas antes de que llueva, sino hacerlo, acaso, después.

Una de las tantas maneras de obtener la ayuda del Emperador consiste en poner nombre a cuanto nos rodea tanto en nuestro mundo exterior como en el interior. Entra en tu cocina, por ejemplo,  y nombra cada una de las cosas que hay allí sin dejarte la más insignificante de ellas. 

Los cuentos del destino 33

Finalmente cuando llegó el año del cuento del Emperador, en casa empezaron a enseñarme a escribir y a leer. También tenía que cuidar mis cosas, mis juguetes y mis libros. Se empezó a establecer un cierto orden, nada dramático ni excesivo para una niña de cinco años (aunque no siempre tuviera yo ganas de ordenar mis juguetes). También empecé a ayudar en la cocina. A mí me encantaba cuando hacíamos pasteles porque a cambio de mis servicios podía lamer el fondo de la fuente y la cuchara de palo. Llegó así mismo la hora de poner los cubiertos en la mesa o los platos... Claro, no siempre me parecía divertido.

La palabra “orden” comenzó a vivir en mi pequeño universo. Y sólo cuando la hubiera comprendido me empezarían a revelar algunas recetas secretas. En los años venideros hubo una época en que me dio por seguir los rituales a pies juntillas y cuando mis tías, mi abuela o mi madre realizaban el mínimo cambio, me enfadaba como una mula, me volvía terca, rígida. 

No fue fácil acostumbrarse a la fase “orden”, no. A veces era excesivamente ordenada y otras, completamente caótica. Iba de un extremo a otro sin entender cómo me pasaba aquello y me enfadaba, bastante. Creo que tardé unos años en aceptar las diferentes estructuras de la realidad de manera consciente y creativa a la vez. 

El reino del Emperador, efectivamente, hay que ganárselo. Lo mismo me pasó cuando empecé a vivir sola, lo cual en nuestra familia sucedía al cumplir los 18 años. Pero es un ritmo que se acaba encontrando, antes o después. Puedes pasarte épocas en las que comes cuando te da la gana y otras en las que tus actividades te requerirán un horario. Ése es el orden del Emperador, una sistematización, una ubicación tan natural como los cuatro puntos cardinales, las cuatro estaciones, la cuatro fases de la luna o los cuatro ingredientes de la alquimia que por aquel lejano entonces comencé a conocer: sal, azufre, mercurio y ázoe

Los cuentos del destino 32

El mundo que heredamos de la Emperatriz es como un gran jardín, es hermoso, lleno de vida, flores, pájaros exóticos, colores, en un constante embarazo. Luego llega el Emperador con su orden, con las palabras, con todo un sistema de valores. Eso es lo que relata el cuento. El orden del Emperador no es de cualquier tipo. 

En realidad esta pareja de Grandes Reyes que son la Emperatriz y el Emperador se complementan como dos socios de una gran empresa en la que uno se dedica a la creación y procreación de los proyectos e ideas y el otro se ocupa de que todas esas maravillosas ideas se conviertan en algo concreto. Son muy diferentes el uno del otro, pero no olvidemos que se complementan. 

A veces se encuentran Emperadores como los del cuento antes de que la estrella intervenga. Podemos en alguna ocasión  de nuestras vidas adoptar ese tipo de actitudes frente a la necesidad de organización hasta que conectamos con nuestra estrella y surge el nuevo orden a partir de algo que siempre había estado allí de alguna manera, tal como acontece en el relato. Un orden pacífico y que dé lugar a un gran desarrollo no es algo instantáneo ni sencillo. Las etapas por las que podemos pasar son las mismas que se cuentan aquí con todos aquellos  pretendientes al trono. ¿Pero quién pondría en orden aquel reino manteniendo su alegría y su espontaneidad? ¿Tú podrías hacerlo? ¿Cómo?

Con C de crisis

Aparece este artículo de Margarita Rivière en El País reflexionando sobre lo que a todos nos da vueltas en la cabeza: la crisis, la recesión. Todos intentando entender para aceptar, para darle la vuelta y sacarle el jugo a este amargo fruto del capitalismo. No suelo leer a esta periodista, pero dado que yo también he visto como una parte de mi trabajo ha desaparecido, busco alternativas y cosas que me alimenten de alguna manera, así el tránsito se hace menos pesado. Ahí va esta interesante aportación.

Venir a menos
MARGARITA RIVIÈRE


Con la ampliación de la zona verde barcelonesa, al menos en mi barrio -llamado ahora con el feo indicativo de zona 13, es decir, Sants- están desapareciendo los coches. ¿Exagero? Es cierto que hay menos coches aparcados y circulando. Todo un cambio: el espacio parece haber crecido, igual que el silencio; se diría que se respira mejor si no fuera porque se entrevé la montaña del Tibidabo cubierta de opaco smog. El pensamiento vuela hacia una Barcelona antigua en la que los niños jugaban en la calle: ¿será posible tal milagro? Ahí van chavales corriendo junto a un perro. Ahora un coche recuerda que acabamos la primera década del siglo XXI. O sea, que el pasado, aquí mismo, no pinta nada.

El caso es que el presente barcelonés está cambiando ante nuestros ojos. Los coches también se difuminan en lugares céntricos, el tráfico tantea, incrédulo, cierta fluidez (si no llueve o es primero de mes), los parkings no cuelgan el completo y las colas de taxis vacíos confirman un parón en el antiguo frenesí. Hasta el Tourist Bus parece más un decorado anómalo que un estorbo. ¿Demasiado optimismo? ¿Un problema de dioptrías?

No he encontrado datos sobre lo que los burócratas llaman disminución de la movilidad,pero nos cuentan, día tras día, la aparatosa caída de ventas de coches nuevos, aunque nuestros viejos cómplices de cuatro ruedas no desaparecen así como así: ¿dónde están? ¿Serán pura chatarra? Todo el mundo tendrá su propia experiencia sobre el fenómeno de la expansión del vacío en la ciudad. Un vacío paulatino, más periférico que central, más en la vida corriente que en el meollo de la cosa barcelonesa, donde el exorcismo contra el vacío parece ser el cartel de saldos y precios mínimos. Aun así, se diría que hay menos gente moviéndose por la ciudad, ¿dónde se habrán metido?

Plantearse estas cosas a partir de una actuación burocrática como la ampliación de la zona verde del barrio puede llevar a la conclusión -errónea- de que toda la ciudad es pacífica zona verde por decisión del alcalde. Lo cierto, que los munícipes canten misa, es que el vacío realmente existente -de coches y de ciudadanos- en el paisaje urbano se debe a que éste no es un invierno como otros. Han pasado cosas, la sensación de venir a menos se ha aliado al supuesto éxito de la zona verde, la lucha contra la contaminación y el espejismo de la ampliación del escaso espacio urbano. Que Barcelona parezca más grande es el paradójico efecto del venir a menos.

¿Tendrá la manoseada crisis su lado bueno? ¿Qué ha sido de tanto coche y del rebaño urbanita? Quienes recordamos la inquietante película La hora final (Stanley Kramer, 1959) nos estremecemos al imaginar a Gregory Peck y Ava Gardner ante el asfalto desértico. Todavía no es el caso: se sabe que la gente -¿lee más?- compra más libros y que los cines se llenan. Una nueva macrolibrería, llamada Bertrand, de genealogía portuguesa-alemana, recién inaugurada en plena Rambla de Catalunya, parece confirmar el rebrote. 

Efectivamente, libros y cine son aún el ocio más barato, por ejemplo las conferencias aquelarre como el ciclo organizado por Editorial Icaria sobreAlternativas ciudadanas a las crisis globales: una guía práctica para aprender a venir a menos con dignidad. ¡Adiós nuevos ricos! Llega con sigilo un estilo de vida distinto.

La cultura es la marca blanca de la crisis. Acaso por razones de peso: para el 57,2% de los catalanes, según el último barómetro del Centro de Estudios de Opinión, el gran problema es el paro (y el 48% cree que ningún partido es capaz de dar respuesta a esa creciente realidad). Todo el mundo es testigo del mucho tiempo libre del que disponen los desempleados y los subempleados que nadie contabiliza. Eso podría explicar hasta el auge de Facebook, que ha pasado en un año en España de 25.000 a 300.000 usuarios. Que la gente tenga tiempo apuntala también la basura tecnológica: el negocio de la intimidad, como lo ha llamado Mark Zukerberg (24 años), el dueño de este portal valorado en 15.000 millones de dólares, una muestra de lo que ha dado de sí el mundo antes del cambio austero y realista que se vislumbra.

La crisis cambia costumbres: algunas empiezan a ser visibles. Llegarán otras cuando la gente se dé el lujo de reflexionar sobre "quién sabe hacer las cosas y cómo hacerlas". Así describe el sociólogo Richard Sennet a El artesano (Anagrama), su último y recomendable ensayo, en el que vuelve la vista a una pragmática realidad material, hecha con sentido y con el aprendizaje directo a través de las propias manos. Las manos como fuente de conocimiento: un saber antitecnológico redescubierto. Sennett pone epitafio a la soberbia fantasiosa de la virtualidad y avanza lo que hay que reaprender de inmediato. Venir a menos, sugiere, puede ser una oportunidad: menos es más. O Mejor con menos (Crítica), como dice el sociólogo barcelonés Joaquim Sempere, certero observador de las necesidades humanas reales.


Y aquí, el enlace al mismo artículo en El País

Los cuentos del destino 31



Le enviaron un ángel que le comunicara el acertijo. Si Juan contestaba, el celestial emisario debía regresar inmediatamente con la respuesta. Juan lo escuchó con suma atención. Luego se retiró a contemplar sus tierras, sus animales, su casa y su familia. No tardó mucho en contestar:

-          Sí, está claro.  Y le susurró al ángel su respuesta.


El cielo se regocijó y aquel reino antes sin rey, también. El emperador Juan (tal como se le cita en algunas crónicas antiguas) les protegió de las invasiones, creó caminos, supervisó la organización de los terrenos así como la de los almacenes, los días de mercado y los de fiestas, inspeccionó la urbanización y la construcción de escuelas, hospitales y, por supuesto, de los teatros. Supo rodearse de buenos y sabios consejeros, dictó leyes y veló por el bienestar, también pidió perdón cada vez que se equivocaba e intentó no repetirlos.

En su escudo brilló siempre un águila y el emblema de la familia fue un carnero con un rubí rojo con la leyenda “Busca la sabiduría de la belleza, nombra a todos los seres, jefe entre los poderosos del Orden y sus cuatro manifestaciones”, el mismo que había en el frontispicio de su casa, que no había abandonado y que él había construido con sus propias manos.

Gobernó con uso de la razón, del sentimiento, la percepción y la intuición. En su reino se cobijaron los hombres simples junto a los mejores poetas y artistas. 

Imagen: carta IV, El Emperador, Tarot Dalí

Los cuentos del destino 30


Quien una vez más dio con una solución fue la pequeña estrellita. ¡Juan, el labrador! ¡Juan, el labrador!

Juan, sí, era un buen labrador. Juan trabajaba duro y siempre se aseguraba de que sus planes estuvieran bien formulados, no tomaba difíciles resoluciones sin antes sopesar los pros y los contras; se arriesgaba, probaba y había aprendido de sus muchos errores. Siempre había sido muy luchador y gracias a ello había convertido uno de los terrenos más yermos en el más fructífero de todos. 

En sus tierras las plantas parecían más felices. Sus animales estaban robustos y gozaban de buena salud. Su familia no había pasado hambre ya que él, atento al cielo, sabía prever y organizarse en los años de buenas y malas cosechas. Cada miembro de su extensa casa realizaba sus tareas con tiempo suficiente para dedicarse a las fiestas y a las artes o al ocio. Sus jardines eran armoniosos, sus flores bellas y perfumadas. Las bestias salvajes de otros campos sabían que allí no serían bien recibidas y no osaban entrar o se retiraban en estampida. Las tierras de Juan estaban bien cuidadas y protegidas al igual que los suyos. 

Imagen: carta IV, El Emperador, Tarot Gaian

Con c de crisis: ¿existe el alma?

Shelly Kagan es profesor de filosofía en Yale y lleva muchos años investigando sobre las conclusiones de los filósofos sobre la muerte y sobre lo que creemos que merecemos en esta vida. La siguiente es la tercera de sus charlas sobre todo cuanto está relacionado con la idea de muerte: alma, cuerpo, enfermedad, suicidio, identidad, personalidad, el valor de la vida, etc, etc. Aquí abajo, una muestra y más en Academic Earth

Aquí nos explica los argumentos que se han dado a lo largo de la historia del pensamiento occidental sobre la existencia del alma.

Con C de crisis: respuestas al sufrimiento en los textos de sabiduría

Christine Hayes es una especialista en religiones judaicas y católicas, teóloga que nos cuenta las respuestas que dan los textos sagrados para el sufrimiento. Más en Academic Earth

Con C de crisis: una clase de Peter Salovey sobre el amor

El profesor Peter Salovey, el creador del concepto de inteligencia emocional, diserta sobre el amor desde las visiones de las diferentes teorías psicológicas. Hay mucho más en Academic Earth



Con C de crisis: Academic Earth

¿Te gusta estudiar? ¿Te gusta aprender? ¿Buscas inspiración? ¿Necesitas saciar tu curiosidad? Pero no tienes dinero para hacer esos maravillosos cursos ni tiempo para dedicarte a ir a clases. ¿Y sin embargo te gustaría asistir a una clase, por ejemplo, de Yale  o Harvard o Princeton o Stanford o del MIT? Lo primero: hay que saber inglés. Y pensarás que es el primero de muchos escollos o requisitos. 
Pues no, es el único requisito. 
En los países donde la información que circula implica un valor añadido, hay muchas maneras de acceder a ella. Nada que ver con nuestros países de larga tradición hispánica donde la información sólo circula por intereses y ni a patadas. Pues por aquellas otras tierras han creado la Academic Earth. Es como un youtube de clases magistrales de todas las universidades mencionadas más arriba que se han asociado para que el conocimiento y la información siga su camino libre. Es como si aquí en España la Universidad de Deusto, Iese, Esade y alguna más que se me escapa publicara sus clases en la red. ¡Imposible ni tan siquiera imaginarlo!

Te encontrarás la lista de profersores, de temas y de grupo de conferencias bajo títulos tan sugerentes como Entender la crisis financiera, El amor está en el aire, Arriesgar y aprender de los fracasos, Las guerras en la historia, Vivir bien, Construir una empresa con gente genial, etc. 

Los temas, en riguroso orden alfabético,  sobre los que encontrarás clases son:





Purcell + Kubrick



Una versión más sobre el tema de antes en la primera entrada de Purcell: Music for the Funeral of Queen Mary

Y Telemann...

¿Por qué escribo?

Esta entrada es larga, lo siento. Me ha sido imposible partirla. Quiero contarme porqué escribo. ¿Es así para otros?

Es una voluntad. Ocurre desde dentro. El movimiento puede pasar muchas veces, imperceptible. Tiene la misma fuerza de un paso adelante. Me pongo de pie. Espero. Espero... y nada. Porque si hay determinación, se esconderá. Es un tímido movimiento. Tiene la misma fuerza de los tímidos. De los débiles. Es una fuerza antigua y sumamente delicada. La misma de las montañas. Es una fuerza que respira silenciosamente la eternidad. Yo sigo de pie. Quizás respire. Al menos, eso supongo, sino no podría estar escribiendo aquí estas líneas ahora mismo. Concluyamos entonces que estoy de pie y respiro. Todo mi peso descansa sobre la tierra. Todo mi cuerpo. Mis pestañas y mis muslos se apoyan sobre la tierra. Entonces soy un árbol y un monolito. Soy un hierbajo, un grano de trigo. Soy un pez y un toro obstinado. Este movimiento es tendencioso, testarudo, tímido. Mientras me trueco en formas, el ritmo se instala inquieto en alguna parte de mí.

No hay calma. Es la tensión de los volcanes antes de vomitar su lava candente. Es la tensión del asesino, apenas unos segundos antes de cometer el crimen. Es el mismo movimiento que lleva hacia la vida o la muerte. Estoy viva gracias a muchas muertes. Cada vez que un personaje toma vida en una hoja incluso me da su sangre en tinta que circula. Cada vez muere dentro de mí para vivir fuera de mí. No es un asesinato convenido. Es una fuerza mayor como en cualquier asesinato. Si no mueren, agonizarán en mí. No hay escapatoria. Yo sigo de pie, respirando, esperando. Nada digo, ni tan siquiera murmuro. Puede suceder en cualquier lugar. Me veo obligada a estar en el sitio más adecuado. En casa, en soledad. Si me asalta y no estoy en el sitio adecuado, volverá con más fuerza para vengarse por mi traición, por no haberle esperado lo suficiente. Puede que incluso me postre en la cama para obligarme a esperarle. Yo espero entonces acostada, agotada. Puedo estar por la calle y he de volver a casa corriendo. Su urgencia no perdona. 

Aquí estoy de pie, respirando. Sale el paso hacia delante desde mis entrañas. Desde la boca del estómago. Como un paso, como un vómito. Luego escribo. No sé si habría de poner el verbo en primera persona. Porque en realidad no sé quien escribe. Ni antes, ni después. Mientras, sé que físicamente lo estoy haciendo yo. Yo misma. Me leo, escribo, releo, cambio. Soy yo, o mejor dicho: es mi cuerpo quien lo ejecuta. Antes no tengo conciencia de que sea yo. Después, muchas veces me pregunto quién habrá escrito lo que yo he escrito (es mi letra, es mi sangre). ¿Y esto lo he escrito yo? Y puedo descubrir una pequeña frase que me gusta, quizás incluso, a veces, una imagen. Lo habré hecho yo, deduzco. No había nadie más. Estaba en casa, sola, esperando. Supongo que a muchos asesinos les sucede lo mismo. No sé porqué lo supongo, pero lo creo. Al final, la mayoría de las veces me quedo agotada otra vez. Es un agotamiento diferente. Al final me quedo sin sangre, vacía. Necesito tiempo para recuperarme. Necesito un duelo para acabar de morir.

 Escribir  también es una despedida. No de amigos. No de un enemigo. No de familiares. No de un amante. Si no de un lugar en el que he habitado y en el que viven amigos, enemigos, familiares, conocidos y desconocidos, amantes y un amor. He tardado 20 años en comprenderlo. He necesitado 20 años para respetarlo. Respetarme.  Hasta dicho momento he muerto. He llorado, me he desgarrado. He muerto. He agonizado. He muerto, he dicho.

¿Cómo fueron sucediéndose las fases? No fue que comprendí un día. No fue una luz que se hizo. Fue un desliz hacia otro camino. Caminos hubieron dos. Uno en el que me perdí y otro en el que me encontré. Hubo que aprender a esperar. Fue lo más difícil. Es lo más difícil. Estoy convencida de que cuando sepa esperar, escribiré novelas muy largas. El sentido es fugaz como el desliz. Un relato largo es acompañar la espera del desliz, el ritmo de la fuga. Acompañar un timo. Acompañar la muerte. Caminar a su lado y esperar la conclusión sin apenas intervenir. Pero un día me pareció que todo era escritura. Que así la vida era más soportable. La única forma. Única. La soledad se hizo más necesaria.

Incluso vital.

La soledad que siempre he sentido como si estuviera ajena a todo lo demás, a la vida, pero no a la muerte. Desde otra orilla. Pero no lo entendía. Lloraba desde esta orilla y veía más allá el barco que había partido. Allí, allí estaban felices y yo los veía, desde aquí, lejos. Lejos. Lejos. Repite la palabra “lejos” como un autista. Lejos. Lejos. Tiene un movimiento. Es cadencioso. Es una nana. Lejos me mece la vida. Lejos la veo pasar. Toda una vida sintiendo nostalgia. Y la vida estaba aquí, meciéndome. No lo sabía. Yo miraba a la otra orilla. Allí veía a los humanos. No los entendía porque no los escribía. Pero un día todo se transformó en “escribible”. Podía contar sobre la nana, sobre la nada. Vivir arrancó un sentido. Vivir mató. No el vivir, sino vivir en sí mismo. Porque ver la vida para escribirla da respuesta a los cómo. No siempre. Siempre no hay. Es un segundo, un movimiento que nace del embarazo de muchos años o de muchos segundos. Lo primigenio sólo se perfila con la poesía. Lamentablemente no soy poeta. Sólo veo y escribo, describo. Y veo que me miras. Veo la historia de tu mirada. A veces puede que llegue a intuir la historia de tu mirada. Si no, me la invento. Toda invención es tan verdadero como la verdad en sí misma. Quizás sea la historia de una posesión. Poesía. Poseía. Detener el temblor en la mano, por un segundo. Luego se desliza. Se pierde en un ancho mar.

A los 15 años me prometí que no escribiría jamás. Jamás sería un Borges, ni Cortázar, ni Ciro Alegría, ni Alfonsina Storni, ni Calderón de la Barca. A los 40 leí a Fellini. Me hablaba a mí y escribir ya era un hecho natural. Vital. Leí lo que estaba esperando toda mi vida. Cada vez que me asesino debo recordar a Fellini para volver a la vida. He estado muerta todos estos años. No recuerdo una frase. Sólo sé. Sé que a través de Fellini volví a la vida. Y vuelvo cada vez que regreso a mi muerte. Ya antes había regresado al escribir, pero sin creerlo. Sin fe. Sin amor a la vida. Ahora necesito descansar. Y me quedo quieta. Respirando. Esperando la certeza del impulso del movimiento intentando atraparlo con palabras. 

Henry Purcell

Los cuentos del destino 29


La idea se le ocurrió a una pequeña estrellita que solía lucir justo encima del campanario de la iglesia mayor de aquel reino, no por nada había observado desde tan alta perspectiva hasta cada amanecer, entusiasmada. ¡Un acertijo! ¡Un acertijo! Las demás estrellas, la luna, el sol, los planetas, asteroides y cometas aceptaron entusiasmados. Y las nubes también. Como los ángeles estaban un poco cansados después del trajín de la jornada anterior, fueron las gotas de lluvia las encargadas de hacer llegar las palabras de aquel acertijo a todos los reinos:

 

Cruza las piernas y los brazos

Busca la sabiduría de la belleza

Jefe entre los poderosos

El carnero sensato con el rubí

Es el Padre, buen rey del uno y de los cuatro senderos

 

La lluvia fue generosa. Todos en el cielo y en la tierra recibieron la buena noticia.

Curiosamente, inmediatamente después, en aquel reino todo creció aún más: hubo más plantas, más edificios, más campanas, más flores, más bebés, más cuadros, más y más, más selva y más risas. También, más problemas. Todo se sumó y se multiplicó.

El Cielo se dedicó a esperar paciente a quien resolviera el acertijo. Pasó el tiempo que se fue llenando de actividad. Por el camino muchos abandonaron: las pruebas eran arduas y algunos se cansaron incluso antes de empezar. Otros, a medio camino. Muchos se dedicaron a pensar tanto que no podían hallar la respuesta correcta entre las tantísimas que se les ocurrían. Ciertos se enfadaron por no ser capaces de resolver el acertijo y le culparon de sus fallos, de sus desgracias, aunque luego decidieran firmemente que aquello no debía ser así, pero ni tan siquiera ellos dieron con la respuesta adecuada. Otros se dedicaron a criticar duramente aquel acertijo no logrando respuesta ni tampoco preguntas. 

Dicen que algún rey llegó a esclavizar a sus súbditos para que encontraran la respuesta perfecta y muchos se vieron más presos que antes. Otros lograron que sus reinos se volvieran oscuros y amargos de pura decepción. Algunos se dedicaron a las alquimias más exquisitas sopesando, analizando y cuantificando cada una de las palabras del acertijo; parece que aún continúan enredados en sus conclusiones si bien aquel reino ya está en orden y cada cosa ocupa su lugar con plena y satisfactoria felicidad. Nadie lograba acertar el acertijo.

Imagen: carta IV, El Emperador, Tarot WilliamLi

Los cuentos del destino 28


Las estrellas que les observaban decidieron que había que hacer algo y convocaron una reunión con la Luna y el Sol. Era evidente que allí hacía falta un poco de orden. También acudieron otros planetas, asteroides y cometas. Estaban preocupados, con razón, porque pronto las confusiones llegarían a liar al día con la noche dado que cuanto ocurre en la tierra también afecta al cielo. Evidentemente eso era un desastre que había que evitar. ¡Incluso las nubes estuvieron de acuerdo!


¿Pero quién pondría en orden aquel reino manteniendo su alegría y su espontaneidad? La tarea no era nada fácil. La Corte Celestial envió emisarios por doquier. Aquellos días los ángeles y los querubines tuvieron mucho trabajo entregando mensajes. El aire se llenó de una delicado frufrú de alas y las campanas sonaron más y mejor que nunca.

En muy poco tiempo, algo así como una semana, los pasillos del cielo se llenaron de pretendientes al reino. Se presentaron casi todos los príncipes, reyes, emperadores, reinas, emperatrices, guerreros y guerreras de los cuentos. También enviaron emisarios muchos dioses de oriente y occidente. Los jefes de los hombres más poderosos acudieron con sus deseos de poder. La cola que se formó era casi infinita. Los habitantes del cielo volvieron a reunirse. ¿Cómo podrían elegir entre tantos y tantos y tantos y ...? 


Imagen: carta IV, El Emperador, Tarot Gaudenzi 

Los cuentos del destino 27



IV El Emperador

El acertijo













Y un día el reino empezó a crecer como si le hubieran echado levadura. Se hizo grande y rechoncho tal como les había prometido la Reina Blanca antes de dejarles, no sin tristeza igualmente elevada. Algunos aún recordaban que les había auspiciado que el cielo les protegería. Pues así habría sido, se decían algunos, mientras espiaban cómo las estrellas les observaban. El reino parecía henchirse de noche y crecer de día. ¡Como los panes!, reían unos y otros.

Había ciertos detalles que hubieran desconcertado a los visitantes, sin embargo. En los huertos crecían por igual las flores y las legumbres. Las campanas de las iglesias redoblaban con el viento, que era muy caprichoso y así podían entretenerse en un repique prolongado. Si alguien se hubiera puesto a estudiar los terrenos habría descubierto que había más jardines que huertos, más campanas que iglesias, más teatros y tabernas que casas. Los trovadores siempre que podían se detenían más tiempo allí dada la naturaleza alegre, amante de las artes y amable de los habitantes de aquel reino inigualable. En medio de aquella felicidad pronto surgieron algunos problemas, como los hierbajos, por ejemplo.

Estaban todos y todo muy apretujados, a tal punto que cuando alguien se desperezaba podía (y así era) darle un codazo a una rosa que pinchaba a un tercero que no encontraba la manera de dejar de sangrar. Cuando alguien estornudaba en medio de una función del teatro, lo hacía con tal fuerza que agitaba el aire; y el viento se arremolinaba antojadizo haciendo sonar las campanas, claro. Entonces todos reían, actores y público se olvidaban de la función hasta el día siguiente, ya nadie sabía qué hora era y las compañías que esperaban para actuar se agolpaban en la carretera.

Los pintores pintaban por todas partes, a veces hermosos cuadros aguantaban estoicamente debajo de los cascos de los caballos que al mirar al suelo no sabían dónde detenerse (para ellos las figuras y los humanos eran personas de similar índole). Nadie lograba llegar a dónde realmente quería ir sin dar grandes rodeos utilizando diversos medios. Más de una vez sucedieron malentendidos. Sin embargo, aquella gente reía y seguía disfrutando gracias a la mágica estela dejada por la Reina Blanca.

Imagen: carta IV, El Emperador, Tarot Carlos VI, siglo XV 

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