Los cuentos del destino 31



Le enviaron un ángel que le comunicara el acertijo. Si Juan contestaba, el celestial emisario debía regresar inmediatamente con la respuesta. Juan lo escuchó con suma atención. Luego se retiró a contemplar sus tierras, sus animales, su casa y su familia. No tardó mucho en contestar:

-          Sí, está claro.  Y le susurró al ángel su respuesta.


El cielo se regocijó y aquel reino antes sin rey, también. El emperador Juan (tal como se le cita en algunas crónicas antiguas) les protegió de las invasiones, creó caminos, supervisó la organización de los terrenos así como la de los almacenes, los días de mercado y los de fiestas, inspeccionó la urbanización y la construcción de escuelas, hospitales y, por supuesto, de los teatros. Supo rodearse de buenos y sabios consejeros, dictó leyes y veló por el bienestar, también pidió perdón cada vez que se equivocaba e intentó no repetirlos.

En su escudo brilló siempre un águila y el emblema de la familia fue un carnero con un rubí rojo con la leyenda “Busca la sabiduría de la belleza, nombra a todos los seres, jefe entre los poderosos del Orden y sus cuatro manifestaciones”, el mismo que había en el frontispicio de su casa, que no había abandonado y que él había construido con sus propias manos.

Gobernó con uso de la razón, del sentimiento, la percepción y la intuición. En su reino se cobijaron los hombres simples junto a los mejores poetas y artistas. 

Imagen: carta IV, El Emperador, Tarot Dalí

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