Pausa musical con Vainica Doble

Tropezar con la misma piedra y comérsela

Pues sigamos...

Hasta ahora hemos tocado diferentes puntos del mismo tema: tropezar con la misma piedra. Y desde la entrega anterior, hemos empezado a ponernos un poco más prácticos, no solamente tratando el tema sino proponiendo alguna actividad para que todas estas palabras empiecen a tomar sentido. Nada suplanta el hacer, el realizar las cosas. Podemos hablar veinte años sobre algo, pero cuando lo hacemos las consecuencias son mucho más ricas. No es lo mismo sentarse que hablar sobre el sentarse, ¿verdad? Pues a eso vamos. Luego continuaremos charlando...

Así que vamos a hacer nuestra rueda gastronómica para descubrir algunas conexiones. Aquí te propongo un modelo. Tómalo como una pauta y personalízala según tus necesidades. A medida que vayas familiarizándote con estos conceptos y anotando tus conclusiones podrás realizar más modificaciones.

Haz una lista de las personas que han marcado tu vida tanto para bien como para mal. Luego ponte el primero de la lista. Al lado de cada uno vamos a escribir un alimento. Cada persona nos deja o comunica un sabor, una textura, un color. Podemos tener en nuestra vida desde personas calabaza hasta personas azúcar, también están las personas calabaza o las personas pollo o merluza. Todos nos alimentamos de todos, ya lo veremos.

Como veníamos diciendo, primero pon un alimento para ti. Pueden ser dos o tres si te cuesta mucho inclinarte por uno único, lo cual es bastante normal. Luego, al lado de cada persona de tu lista escribe el nombre del alimento que la representa. Una vez que tengas cada persona asociada a un alimento, puedes ir a comprarlos. No es lo mismo si se escribe todo, pues no. Hay que hacerlo para verlo, te lo aseguro. ¡Ah! ¿Cuántas personas escribimos en nuestra lista? Bueno, puedes escribir todas las que quieras. Luego concéntrate en seis, es más fácil hacer este ejercicio con seis nombres de seis personas que han determinado tu vida. Podrás repetirlo luego con otras seis. Pero si quieres hacerlo con muchas, personalmente creo que es más fácil con un total máximo de diez en cada vez.

Vamos a suponer que has vuelto de la compra y que ya tienes todo lo que necesitas. Primero vamos a dibujar una especie de mapa. Dibuja un círculo sobre una hoja de papel. En el centro escribe el nombre del alimento que te representa a ti, bueno, el alimento o los tres que hayas elegido. Marca las doce horas en el círculo. Simplemente se trata de marcar una posición frente a ti. Y siguiendo el orden de las horas que avanzan vas a ir apuntando el nombre de las personas de la lista por orden de aparición en tu vida. Empiezas por las doce y sigues avanzando, como si tu vida hasta este momento se pudiera contener en 24 horas, simbólicas. Cuando ya hayas escrito todos los nombres, anota al lado el alimento que la representa.

Ahora pasamos a trabajar sobre una superficie, aunque lo mejor es el suelo. Imagina una circunferencia como las del mapa que has dibujado en la hoja de papel. Vas a poner en el centro el alimento que te representa a ti y empezando por el lugar que está frente a ti como si fueran las 12 hs y siguiendo la dirección de unas manecillas de un reloj que avanza, vas a ir poniendo los otros alimentos por orden de aparición de las personas tal y como lo has hecho en tu mapa. Lo que estamos haciendo ahora es simbolizar este mapa con los alimentos que hayas comprado. Colócate en el centro con tu alimento en la mano. Ve dando vueltas sobre ti desde la posición de las doce hasta dar con un alimento con el cual encuentras la relación. Sea la que sea. Es un trabajo que es a la vez emocional, racional e intuitivo, así que no todas las respuestas han de atender a la lógica científica.

Las conexiones que encuentres te pertenecen a ti y solamente a ti. Estás en el centro con tu alimento en la mano. Te vas dando la vuelta despacio y mirando los alimentos que están a tu alrededor hasta que de repente interiormente te quieres detener en la manzana, por ejemplo. O la patata o el chorizo o la miel... Ese alimento que ahora tienes enfrente tiene un sabor, una textura, unas propiedades, un recuerdo... ¿Cómo lo unirías al alimento que te representa y que estás sosteniendo entre tus manos? Supongamos que tienes una manzana entre tus manos. Y que te has detenido frente a la miel. Puedes bañar la manzana con la miel, o cubrirla, o mezclarla o cocer la manzana en miel. Simplemente piensa qué puedes hacer, cómo puedes preparar estos dos alimentos. Tal vez prefieras triturar la manzana, hacerla puré y luego añadirle una gotita de miel. Puede que prefieras congelar la manzana triturada y luego cubrirla en miel. Quizás te decidas por cocer la manzana en agua y luego añadirle la miel. Y quizás al final te sepa dulce o poco dulce. Aún no lo sabemos, estamos experimentando y jugando.

Cuando encuentres una relación, ese alimento lo utilizarás para cocinarlo y comerlo junto con el tuyo. La manera en que lo hagas es tuya y te pertenece. No se trata de un concurso de cocina, es un juego en el que asociamos aquello que está fuera, allí en la rueda exterior, con lo nuestro, con el centro de la rueda y descubrimos sus posibles relaciones a modo intuitivo. Todo eso nos dará que pensar y alcanzar una visión integradora.

Otro ejemplo. Pongamos que la persona calabaza y tú que eres calabacín estáis relacionados familiarmente siendo calabaza la madre y tú su vástago. En el plato que cocines tendrán que estar presentes estos ingredientes. Pero si la madre es manzana y tú cebolla, no creas que no han de estar en el mismo plato, que sí, que has de elaborar un platillo con ambos ingredientes. Es precisamente en el realizarlo donde se están profundizando las conexiones entre los dos y donde puedes llegar a más conclusiones que se te escapaban. Si la persona que está representada por ese alimento ya relacionado está viva y cerca, la puedes invitar a degustar ese plato contigo. Si está lejos, te conviene hacer algo que se pueda enviar por correo como unas galletas, unos caramelos y enviarle la mitad, ya que la otra mitad es tuya. Nadie tiene porqué saber cuál es la razón de la comida o el regalo si tú no lo deseas. Si quieres compartirlo puede ser bonito, intenso e íntimo, pero no es necesario. Además, hay personas con las que estamos relacionadas con las que es mejor no verse y eso nos pasa a todos.

Los demás alimentos, los no relacionados, los tendrás que guardar, al menos de momento. Si todo esto te parece complicadísimo, no dejes de hacerlo por ello. Disminuye el tamaño de la rueda y ocúpate de unas tres o seis relaciones a la vez, por ejemplo. Te aseguro que resulta interesante y provechoso. Descubrirás que debajo de lo aparente hay mucho más que aún no se había revelado frente a tus ojos. Integrando así diferentes aspectos, dando luz a nuevas visiones y haciéndonos más completos.

Pero aún hay más, mucho más...

Patípatípatí

Qué lastima que no me puedas escuchar cantar tralalá tralalá
porque te reirías una rato treleré treleré
o a lo mejor me cantarías tú a mí, trilirí trilirí
o a carcajadas los dos troloró troloró
o me dirías: tururú tururú

Qué bien que no me veas bailar patapá patapá
porque la gracia de mis pies es petepé petepé
aunque lo mejor es de puntillas pitipí pitipí
hasta que plof me caigo potopó potopó
y se me rasga el tutú putupú putupú

Así abandono la vida de comediante lalalalalá
y me dedico al flamenco lelelelelelééééé
adiós a los chistes sin desliz lilililiíííí´
olvido la ópera lololololóoóóó
y me compro un bolsito azul lulululúúúúú

Lo mejor es si me dejo caer con mis zapatos en una esquina tacatá tacatá
dedicando veloz versos sin ton ni son en un periquete requeté requeté
llamando a la inspiración con Smirnof piripí piripí
y me hago de oro oooooooooooooooooooooooooo
pa dedicarte todo lo que quieras tú tú tú tú tú tú tú

Siempre pasa algo

Cierra la puerta y las ventanas, que no entren corrientes, nada. Guardemos las flores de las tormentas. Cobijemos los sueños de los errores. Alberguemos los rayos de sol para que mi mirada brille en esplendores. Quiero ser un arca de Noé para que en mí vivan libres los leones mientras las hormigas conversen con las jirafas lejanas y el puercoespín duerma inocente como una mariposa.No me hables de inundaciones ni estertores. Sólo quiero agua para mis elefantes y aire para mis águilas y que me lleven lejos en su mirada aunque no salgamos nunca de esta barca.

Pausa musical con Marisa Monte y Paulinho da Viola

Ciclos, ruedas, piedras y tropiezos

Todos estaremos de acuerdo en que la vida se presenta por ciclos. Los podemos reconocer como vacas flacas y vacas gordas, felicidad o infelicidad, tristeza o alegría, salud o enfermedad. Los llamemos como los llamemos, sabemos que hay periodos y que cambian, incluso a veces parecen que se alternan. Lo único cierto es que todo cambia, la vida es cambiante por excelencia. Y por ello se acerca más a una planta que a una cinta transportadora en una máquina. Desde que nuestras sociedades descubrieron la fabricación en línea nuestra idea sobre la vida ha cambiado bastante. Es un pensamiento generalizado creer que una cosa lleva a la otra en orden, como si cuando nacemos se nos coloca en una cinta y seguimos hasta el final añadiendo piezas. Se supone que quien es más inteligente o perspicaz o lo que sea, conseguirá más piezas. Y así algunos llegan al rolls royce exclusivo, al fiat 600, al golf o a la bicicleta. Pero hay más modelos. Y está el modelo orgánico que nos dibuja como una planta. Personalmente es que el que me parece más cercano a la cótica realidad de la vida plural. Puede que nos toque un terreno abonado, o no, que nos dé el sol o la lluvia. Podemos crecer en diferentes direcciones, enredarnos, quemarnos bajo el sol, secarnos y volver a florecer , pasar por periodos de lluvias y por otros de sequías. Estamos más cerca de una planta que de una línea de fabricación por el simple hecho de estar vivos y formar parte de un mundo orgánico.

Si entonces desde esta mirada la vida es un suceder de ciclos buenos y malos, sean largos o cortos, nuestra capacidad para aceptar cada momento será más fácil, quizás. Si observamos la vida en ciclos, en lo orgánico y en sus cambios, el “no” encierra dentro de él un “sí” que a su vez algún día se transformará en “no” y así sucesivamente. De esta forma el fin, ya no es un corte abrupto muy cercano a un cierto tipo de pérdida, sino que podemos llegar a atisbar un después infinito.

El hecho de tropezar con la misma piedra, entendido desde esta perspectiva que estamos comentando aquí, se convierte en una posibilidad de ir puliendo ciclos. Si cada uno de estos ciclos nos trae al menos una piedra con la que caernos, cada vez que lo hagamos, nos tropezaremos de manera diferente. Eso sí: hay que ver la piedra y la caída, intentar captar el ciclo y comprenderlo. Es algo que solamente se puede hacer después, cuando echamos la mirada hacia atrás. La vida no se comprende por adelantado porque no es una línea de fabricación previsible donde forzosamente después de A viene B.

No se trata de aceptarlo todo pasivamente, sino de saber observar el tiempo preciso y dar lugar a las oportunidades. Tampoco se trata de ser oportunista a todas horas, sino de utilizar nuestra energía cuando la necesitamos. Tropezar con la misma piedra no es el único aspecto de la vida. Hay muchos y variados ángulos vitales.

¿Y qué podemos hacer? Aquí solamente puedo compartir las cosas que me han funcionado a mí. Y no siempre son efectivas al 100%, nunca hay fiabilidad total en nada. El error y el acierto muchas veces conviven mucho más cercanos de lo que nos imaginamos. Lo único que puedo hacer es compartir algunas de las cosas que me han funcionado a mí y a algunas personas que conozco. Prueba si te parece que tiene sentido y anota tus resultados.

Imagina que tienes una rueda de bicicleta, por ejemplo. Y que la puedes colocar sobre una mesa recostada y hacerla gira a la derecha y a la izquierda. En el centro estás tú. Y en la parte exterior de la rueda están tus vivencias. De las vivencias parten radios hacia el centro y de ti también hacia ellos. Todo esto y el girar hacia la derecha y la izquierda es lo que conforma tu vida. Si desde el centro puedes ponerte de pie, simbólicamente hablando, y ver cuanto hay en la rueda exterior, podrás ver también los radios que te unen hacia allí y de allí hacia ti. Lo que proponen las religiones como el Budismo es ver la rueda desde fuera, contigo en el centro – a la vez- y entonces se produce la iluminación y nos vemos libres de lo que en tales religiones se denomina rueda kármica. Entonces lo que primero desaparece es el yo y lo demás porque ya no somos el centro de ese sistema, ya no somos el sol. Es decir: si nos vemos parte integrante de un todo, el yo es solamente una parte de ese todo y ya no lo único. Hay un pequeño detalle… para lograr la iluminación hacen falta entre 20 y 30 años de constante práctica. Los maestros lo saben bien. Y una vez que lo han alcanzado es imperativo no dejar de practicar, lo que sucede es que se hace de manera diferente. Pero los comunes mortales que no ns preparamos para ser maestros budistas, sí que podemos hacer algunas cositas. Empieza por anotar en el día de doy y durante tres días cuántas veces dices o piensas con el “yo” en la boca. Sólo anótalo, nada más. ¿Te atreves?

Toma un papel, una libreta pequeña sería lo mejor porque la puedes llevar contigo. Cada vez que digas “yo” o aunque no lo digas, lo pienses, marca una rayita. Ve marcando rayitas para el día 1, el día 2 y el día 3. Al final cuenta cuántas rayitas hay cada día. Coloca ese número en el centro de tu “rueda” de la vida. Y simplemente recuerda que más allá hay radios y una circunferencia mayor y fuera de tu rueda hay otras, muchas otras, y todo un extenso universo. ¿Es importante ese yo? No, no es esencial. ¿No es importante entonces? Tampoco, tampoco. Es una parte. Lo que pasa es que muchas veces lo identificamos con los radios de la rueda y su circunferencia y el universo y creemos que es lo único que cuenta. Pues, no, no es lo único. Es una parte de toda la historia de nuestro presente. Y a veces la vida lo modifica haciendo que se tropiece con piedras. Y nos caemos. A veces nos hacemos mucho daño y otras, no tanto. Nos caemos en cada ciclo. Y nos levantamos en cada ciclo. Y hay mucho más...

Pasan cosas

A veces se me olvida cómo encender una cerilla, hacer el café o dibujar un pájaro o un caballo. Las cerillas pueden acabar en el café volando. Los fuegos artificiales no echan chispas, no me despierto por las mañanas y aparecen peces en los flancos de mis páginas. Oigo trotes decisivos que no puedo identificar... A veces en mi rescate vienen los bigotes de un gato, erizan mi piel y me recuerdan dónde estoy. No suele ocurrir cada día, pues hasta eso se me olvida.

Olvidarlo todo es un sueño de un vacío lejano que no sabe que es vacío ni añora lo lleno por lejano. Recordar nada es la brisa de un pasado compasivo que no sabe lo que fue y no exige nada ya de un futuro.

A veces se me olvida lo que he soñado y otras, lo que he vivido. Entonces me paso buscando qué quiero, de dónde vengo y esas cosas. Intento encender cerillas para ver el camino. Pruebo saborear una pausa de café. O ya cansada planeo huir sobre un águila o Pegaso. Y se me olvida. Pero aún siento los ronroneos de los gatos cuando me acarician con sus bigotes como si fuera un dulce eco de gotas de lluvia que laten muy despacio y me recuerdan algo que ya no sé nombrar.

Quien canta su piedrecita espanta: Queen



Entre piedras, tropezando...

Hay periodos de la vida en que salimos más, nos sentimos más sociables, hacemos más cosas, conocemos mucha gente, estamos menos tiempo con nosotros mismos a solas. Hay otros periodos en los que sucede todo lo contrario. A nadie debe sorprender si se pasa una época de su vida saliendo sin parar y la otra en casa sin ganas de salir. Y más allá de ello muy generalmente se puede distinguir entre las personas introvertidas y las personas extrovertidas. Nadie es una cosa u otra a lo largo de toda su vida, pero hay una tendencia más fuerte en cada uno de nosotros. Incluso si tienes hijos y escasísimo tiempo para nada más, el extrovertido intentará que los cumpleaños estén llenos de gente y los más introvertidos, lo celebrarán de manera más íntima. Hay personas que se mueven muy bien en las fiestas, en las reuniones, se les da bien la gente y los sucesos del mundo. Cuando están un poco enfermos se encuentran rodeados de gente. No saben estar solos. Hay otro tipo de gente que en las fiestas y con gente se siente perdida, no son asociales, pero les cuesta más. Prefieren las charlas íntimas, las horas de soledad, se sienten más cómodos consigo mismos que con mucha gente. Cuando no están bien, lo único que necesitan es estar solos y no soportan ni le ruido ni la gente. Todos estos son ejemplos para ayudar a ilustrar, nada más, no se trata de un estudio sociológico en el sentido estricto de la palabra.

Nadie responde al cien por cien ni siempre a un tipo de persona u otro, pero sí que hay tendencias. Hay personas que son más para dentro y otras, que son más para fuera. Hasta el más mundano necesita sus momentos de soledad y hasta el más introvertido es simpático y sociable. Sin embargo, suele predominar una forma o la otra. La clave está en que una y otra se sostengan. Es decir, que la persona de vida interior salga al mundo a aplicar, dar aire y zarandear su mundo interno en el exterior. Y que quienes se mueven siempre acompañados, se determinen el practicar consigo mismos momentos de reflexión interior y soledad. Parece simple… pero no lo es. La persona que tiende a dominar el mundo exterior se sentirá amenazada si ha de estar una hora en casa sola y en silencio. Y la persona que tiende a vivir en su interior sentirá lo mismo si debe experimentar en lo exterior. Este intercambio es lo único que sostiene toda la rueda.

A veces lo más exterior de nuestra vida colisiona con lo más interior. Es un choque de titanes. Lo anterior a nosotros mismos, cuestiones que no vemos mucho, van formando un molde. Lo posterior a nosotros, cuestiones que nos condicionan sin que mucho podamos hacer al respecto van, despacito a lo largo de los años, acumulándose. Cuando el mundo exterior y el interior chocan, con nosotros en medio, es cuando nos encontramos en una de esas situaciones de tropezarnos con la misma piedra. Tienen una especie de eco. Nunca tropezamos con la misma piedra de manera literal, si no que se trata de momentos que nos suenan a otros ya vividos. Y como nos encontramos aplastados justo en medio es realmente difícil analizar y ver más allá. Nos sentimos impotentes y rabiosos.

La imagen de la rueda de la vida se plica a tales momentos y no sólo porque gira y gira y tenemos la sensación de que lo hace aleatoriamente, sino porque implica que de nosotros salen los radios de la rueda. Y así nosotros seríamos el centro, nuestros brazos y piernas, los radios, y las circunstancias exteriores serían la circunferencia de esta rueda. El centro interno y el radio externo están muy unidos y dependen el uno del otro para que la rueda exista. No se trata de controlar el exterior ni de controlar el interior. No está todo en nuestras manos. La tarea a realizar no es sencilla. La rueda se atasca en las piedras del camino. ¿Habrá algún caminito sin piedras?

Lo anterior a nosotros, nuestro interior, nos regala unas lentes, unas gafas con las que vemos lo que nos sucede en el exterior. A veces graduamos las lentes y seguimos adelante. Otras veces hacemos cambios en el exterior, y seguimos adelante. Y cuando nos tropezamos con la misma piedra es que hace falta un doble ajuste. ¿Cómo estar en dos partes al mismo tiempo? ¿Dentro y fuera de nosotros mismos?

Canta Imelda May


Cosas que pasan

En la mesilla de noche tengo un par de libros, de dual lectura; unos pendientes perdidos; el móvil descargado, recuerdos de donde vengo y una ballena en un vaso de agua. Ambas confiamos encontrar otros mares, ambas nos encerramos y nos ahogamos, ambas nos cansamos por la falta de espacio y no vemos más salidas... Quizás deberíamos ser pájaros.

Cuando nos despertamos lo primero que vemos es a la otra y a nosotras y entonces soñamos con otros cielos y estrellas, con mariposas y gatos. Yo doy vueltas en la cama y ella, en su vaso. Nos sumergimos en la oscuridad de nuestros ojos cerrados y así nos encontramos en paz desafiando terremotos pasados. Ya no dejamos que nadie nos vea pues suelen juzgarnos otros tantos pájaros enjaulados y ciervos cazados.

Hasta que un día, de repente, suceden terribles tormentas y nos encontramos todos: pájaros, mariposas, ballenas, ciervos, humanos y gatos sin saber nadar en busca de orillas seguras donde afincarnos, pasmados ante las estrellas como si nuestra vida se fuera con ellas.

Pausa musical: Julie London

Tropezar con la misma piedra otra vez

Hay un ingrediente del acontecer humano que suele pasar desapercibido a la cultura de lo racional. Es un ingrediente poderoso, aunque no sea el único y se puede dar por descontado. Hay una parte de la fortuna personal que se nos escapa y permanece en el misterio del universo. Hay una parte de la vida que pertenece a la diosa Fortuna y más allá a la vida, a la música de la vida, a la naturaleza, al universo y al misterio. La rueda de la vida gira y gira. Y para cada persona lo hace a un ritmo distinto y sobre terrenos diferentes. Es inútil compararse unos con otros, tan inservible como comparar dos hierbas del campo o una hierba de la profundidad de los mares y otra de una cueva en una montaña. Cada una crecerá de forma diferente. Somos orgánicos, no partes de una línea de producción donde después de cortar la pieza le sigue el pulido y luego la preparación para el ensamblaje final. No podemos ver con nuestros ojos ni quién sostiene la rueda de la vida ni quien le hace dar vueltas. Ahí reside el misterio de la vida. Mirar el cielo por la noche y contemplar las estrellas puede acercarnos a esa sensación de que hay algo mucho mayor, incontenible, grandioso, eterno, infinito y poderoso que nosotros. Lo mínimo que podemos hacer es respetarlo. La misma sensación la vive quien escala a lo alto de una montaña o quien se adentra en el mar. El gran mar puede tanto provocarnos cierta sensación de miedo como de maravilla. También sienten algo similar quienes tienen la oportunidad de observar el cuerpo humano por dentro. Son reflejos del misterio de la vida inabarcable, profundo.

Hay muchas maneras de relacionarse con el misterio de la vida. La fe ocupa el primer puesto de la lista de los TOP 10. La fe es inmanente e inatrapable. Hay gente que la tiene y gente que no. Parece un don como cantar como los ángeles. Hay gente que se dedica a la contemplación. Hay gente que estudia las ciencias de lo oculto, de los desconocido en un intento por desvelarlo. Pero el misterio de la vida va más allá.

Mientras parece que nos agarramos a la rueda de la vida como una hojita en la tormenta, enganchados a la rueda que no puede hacer más que girar, arriba y abajo sin que la gran mayoría de las veces sepamos realmente ni cómo ni por qué. ¿Es un atentado contra la razón? ¿Bastaría con ser conscientes de todo y analizarlo todo para ganarle el pulso? ¿Acaso la fortuna se basa en cuestiones emocionales, que no tienen nada de natural y que no está en nuestras manos? ¿O todo lo contrario? Ah... ese misterio... hay quien nos contestará que tomando conciencia de cada momento, ya lo tendremos todo en nuestras manos. Hay quien nos instará a que nos esforcemos más, que seamos más positivos, más voluntariosos, más racionales o que expresemos más nuestras emociones. Bueno, pedirse más nunca está de más. Ser cada día mejores es el mejor de los intentos. ¿Pero eso nos da la certeza de no tropezar con la misma piedra una y otra vez? Aún queda mucho por considerar...

Volver a tropezar con la misma piedra

La diosa Fortuna y su corte han sobrevivido a lo largo de los siglos. Pero tropezar con la misma piedra no es cuestión de pura suerte o pura mala suerte. Estaremos de acuerdo que cuando nos encontramos una vez más con aquel error o aquello que nos molesta es algo que puede hacer que nos sintamos doblemente heridos.

Es como si fuéramos los capitanes de un barco. Una vez nos tropezamos con un iceberg. Estudiamos, nos preparamos, calculamos y al cabo de cierto tiempo, de repente, desde cubierta nos damos cuenta que vamos a volver a tropezar con un iceberg otra vez. O quizás nos damos cuenta cuando ya estamos en el bote salvavidas. O cuando estemos ahogándonos con el agua al cuello... Entonces llega aquel segunddo fatal en el que miramos hacia atrás y vemos que estamos en el mismo lugar después de andar mucho y que nuestras esperanzas y nuestras mejores intenciones de haber superado y aprendido sobre una situación, todas nuestras expectativas de haberlo hecho mejor se diluyen. Puede pasar. ¿Por qué? Esto va a exigirnos mucho tiempo y unas cuantas entregas del blog. Comencemos por observar un poco mejor la situación.

Es precisamente en este tipo de circunstancias donde es más necesario aunar razón y emoción. Cuando tropezamos con la misma piedra se impone la emoción, es lo natural y lo que debe suceder si pertenecemos al género humano y no al robótico. ¿Y qué tenemos frente a nosotros? Nos encontramos frente a un momento que descansa sobre el lecho de unas aguas en movimiento, ya contamos con la primera imagen de su inestabilidad. Nuestro camino firme y de tierra se ha convertido en esas aguas indeterminadas sobre las que navegamos. Desde este aspecto la imagen general podría acercarse mucho a la de la pelota de la diosa Fortuna o Tiké que mencionáramos en la entrega anterior. Por una parte nos sentimos presos de accidentes que no podemos controlar; por otra parte nos sentimos completamente inestables además de emocionales. Y aquí hay para todos los gustos: hay quién se creerá inútil, hay quien se sentirá completamente fracasado, hay quien se sentirá perseguido por algún tipo de persona o circunstancia, hay quien culpará a otra persona, hay quien se culpará a sí mismo, etc., etc.. La cuestión es que estamos bastante molestos, atemorizados y queremos darle una patada a la piedra o engullirla.

El transcurrir de la vida y nuestras emociones son la base que sostiene nuestros ciclos. Pero hay más en este cóctel en el que nos encontramos “on the rocks”.

La diosa Fortuna y sus amigas

La diosa Fortuna sirve de inspiración para un asteroide, una marca de cigarrillos en España, una motocileta en Alemania, tres clubes de fútbol- uno en Dusseldorf, otro en Colonia y el tercero en Nueva Zelanda-, una estación de metro en Ciudad de México, dos yates del Rey Juan Carlos de España y tres localidades- en la provincia española de Murcia, en la provincia de San Luis de Argentina y en el estado brasileño de Maranhão. Todos se llaman Fortuna y esperan un destino que se desarrolle bajo los auspicios de esta singular diosa.

En la antigua Grecia era conocida como Tiqué, hija de Océano y Tetis, era una de las hermanas Oceánidas, sobre las que contaré más cosas más adelante.

Tiqué utilizaba una pelota con la que jugaba. dependiendo de dónde y cómo cayera la pelota, pues se veían los humanos más afortunados o menos. A veces la pelota subía alto, muy alto o medianamente alto para caer como un torpedo; otras, caía por accidente, podía perderse gracias a un día de viento. Tiqué podía lanzarla lejos o cerca y no solamente dependía de sus divinos poderes, sino del viento o la humedad, el calor o el frío, el que la pelota cayera peor o se alzara mejor. Está científicamente probado que Tiké no jugaba en la NBA. Y ahora tampoco.

La diosa Fortuna hereda de la griega Tiqué todos sus atributos y características. Y esta idea implica un gran descanso mental. Exacto. Frente a las ideas de hoy en día que reflejan una mayor seguridad en el hecho de que cada uno se fabrica su suerte con éxito, encomendarse al azar nos libera de parte de la carga. Por aquel entonces de la Antigua Grecia y del Imperio Romano, la persona de éxito no podía olvidar que en cualquier momento un revés podía cambiarlo todo, lo cual implicaba una mayor conciencia de lo temporal de cada momento para valorarlo mejor. Si como los griegos fuéramos más conscientes de la fragilidad de la estabilidad, quizás aceptaríamos mejor los cambios en la vida. La idea de lo temporal existe en todas las religiones que conozco. En el budismo Zen se aconseja vivir como si cada instante fuera el último. Lo mismo es válido en el budismo tibetano. En todo el budismo el karma tiene un peso específico importante que incrementa el valor de todas nuestras acciones pues impulsa a que nos mantengamos constantemente alertas ya que cada uno de nuestros movimientos implica consecuencias. El karma es como tirar una piedrecita en un lago de aguas tranquilas, sus ondas nos afectan de manera irreversible tanto en esta como en otras vidas. En el cristianismo reconocemos a un Jesús crucificado y en él, el dolor de la existencia y la constante presencia de la muerte, una metáfora de todo tipo de cambio. Aquí cada cambio se enfrenta desde la responsabilidad que asumimos con el libre albedrío, elegimos por dónde vamos, pero podemos ser perdonados y redimidos. En el hinduismo se hace hincapié en nuestra conexión mental al punto que podemos atraer una suerte u otra, además de contar con el efecto del karma. En las creencias míticas de las religiones afrobrasileñas y afrocubanas casi todo está en manos de los dioses y de los espíritus que nos habitan.

Un famoso o millonario de la Antigua Grecia estaba más preparado para los fracasos que su homónimo en la actualidad. ¿Bill Gates sería más feliz en la Grecia antigua que ahora? La respuesta está reservada a cada uno de nosotros. Así mismo, la persona desafortunada sentía con más fuerza la esperanza de que sus desgracias dieran pie a algo muy diferente una vez que la diosa se apiadara. En la Grecia antigua los famosos de la "telerealidad" quizás serían menos. ¿Será Belén Esteban ejemplo del hacer de la diosa Fortuna griega y sin quererlo despierta en nosotros algo muy antiguo en nuestro inconsciente que nos lleva a imaginar, sin darnos mucha cuenta, de que todos podemos pasar de la desgracia a la galaxia de los famosos en un tris y tener cuanto necesitamos?

Hoy todo se centra en la voluntad y en la fuerza de nuestros deseos, en la positividad a ultranza o en un nuestra capacidad de aprendizaje, con lo cual sea como sea los fracasos y los aciertos se hacen más personales y debemos hacernos cargo de ellos. Desde el siglo XVI, desde el Renacimiento, al menos en occidente somos más responsables de cuanto nos sucede. Entonces fue cuando el hombre se impuso como medida del universo. Yo hago, yo decido, yo pienso y existo, yo construyo mi destino... éstas son ideas que están con nosotros solamente desde hace unos cuatrocientos años.

La diosa Tiké no estaba sola. La acompañaba Némesis. Esta diosa tenía un alto sentido de la justicia humana y se enfurecía cuando alguien obraba de mala fe o sin la compasión debida y ante aquellos que tenían suerte sin merecérsela. En sus motivaciones para su ira cabían tanto los crímenes impunes como los regalos no merecidos y mal agradecidos. Su mejor amiga y quien la acompañaba en muchas ocasiones, aunque no siempre, era Aidos, la diosa de la vergüenza. Como es de suponer la propia Némesis había sufrido una gran desgracia y el responsable se vio libre de las consecuencias. Su personificación moderna es Catwoman o Gatúbela sin lugar a dudas. Ambas han de volverse recelosas si quieren perseguir a los malhechores, sean grandes o pequeños, a aquellos que perjudican a otros o que se toman la justicia en sus manos olvidando que es una cuestión divina y no humana. La felicidad y la infelicidad son terrenos en los que Némesis reina, verificando y controlando los excesos de Fortuna. Es pariente muy cercana de Dike, la justicia, y las Erinias, las furias, quienes se encargaban de antes o después cazar a quienes se escapaban de Némesis con la precisión de un reloj suizo vengador.

La diosa fortuna no ha dejado de caminar por nuestros sueños, hay más sobre ella, muchos secretos aún por desvelar. Esa era la tarea de las Sibilas Vestales que eran las únicas que podían escuchar los susurros de los dioses. Pero aún hay más...


Tropezar con la misma piedra

Hoy tengo esa extraña sensación de estar repitiendo sucesos. Lo mismo una y otra vez. Pero vamos a ver… tonta no soy, ¿será una cuestión de inocencia? ¿Tengo que aprender a no confiar? Porque si hubiera desconfiado más… quizás las cosas serían diferentes ahora. No me gusta el azar, no soy de las que ganan rifas o premios de la lotería. Soy de las personas que tienen que esforzarse mucho por alcanzar un objetivo. Conozco gente con suerte. Buscan un piso, dan al poco con él. Buscan trabajo, no les hace falta pasar por más las entrevistas habituales. Necesitan un vestido barato para una determinada ocasión, aparece la oferta enfrente de sus narices. A este tipo de gente los problemas les vienen con la solución incorporada. A mí, no. Y por eso lucho, lucho mucho. Así que la Fortuna es mi diosa esquiva y cree que aprenderé más en las situaciones desafortunadas, a las que saco brillo y me quedo con aquello que he aprendido. Pero me gustaría, sobretodo, no pasar por las mismas dificultades imprevistas en más de una ocasión. Cansa.

Los humanos necesitamos dar con las causas. Pero no siempre existen o no siempre son visibles. El caos existe, no todo es orden y linealidad. En el caso de que todo tuviera una causa, cada cambio en la vida, entonces, tiene un origen, una causa, una necesidad y una resolución específica que se aplica en cada caso humano de manera única. Se nos recuerda que podemos elegir. Y también que los cambios, más allá de las características que determinan a cada uno de ellos pueden tener lugar de dos formas: mediante las vueltas de la vida o de la fortuna o bien de manera imprevista como un regalo del alma y de los dioses para que evolucionemos más y alcancemos nuestro ser. Quizás nos asusta demasiado mirar al universo profundo, misterioso, desconocido y oscuro. De nuestra necesidad humana de dar con las causas surge toda la idea del karma, de las vidas pasadas o de cierta racionalidad. No dudo que algunas cosas sí tienen un origen. ¿Pero todo, todo? Habrá que preguntarle a la diosa fortuna... ¿Qué sabemos de ella?